lunes, 10 de febrero de 2020

Mi Dios amante y amado III - Perdón de los pecados

Hablando con Abba del "perdón de los pecados"



"Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves y que me oyes, que me tienes perdonado desde la eternidad...".

Qué lío nos hemos hecho con eso de tu perdón, qué cantidad de formalidades se nos exige para sentirnos perdonados.

¡Desde nuestros ancestros judíos con sus expiaciones, holocaustos y sacrificios, cómo hemos buscado tu perdón, cómo nos ha obsesionado empujarte a la misericordia y escapar de tu venganza! Esa venganza que disfrazamos de "justicia infinita" para que suene mejor. Nada puede quedar sin pagar, sin expiar, sin colmar la balanza de méritos... 

¡Qué ciegos, Señor! ¡Qué sordos! ¿Habrá olvidado su lección quien nos enseñó (a nosotros, míseros mortales) a perdonar "setenta veces siete" (Mt 18,22), aunque no nos pidan perdón? ¿Será que hay que cumplir rígidas formalidades para obtener tu perdón?

Cada día vamos descubriendo más y mejor que tu esencia es amar, que admiras (admirar es amar) el tesoro que Tú mismo nos pusiste dentro, que nos abrazas incondicionalmente porque somos "tu familia". ¿Cómo, entonces, tenemos tanto miedo a ser rechazados, no perdonados, excluidos?

Incluso nos has revelado el esquema de tu amor, nos lo dejaste escrito: "El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera" (1Cor 13,4).


¿Será que Tú has olvidado quién eres, cómo eres y qué significa amar? ¿Tú que eres el Principio del Amor y el Creador por Amor? ¡Qué trajes tan estrechos te hemos cortado mi Dios amante! "Que torpes somos y qué tardos para creer..." (Lc 24,25).

Nuestros predecesores se construyeron un "muro de las lamentaciones". Y nosotros hemos sembrado nuestras iglesias de "casitas de confesión". Se nos olvidó el abrazo, se nos olvidó el amor. Nos exigen creer que un hombre nos perdona los pecados... si "confesamos" y los decimos todos.

Hemos puesto el nudo de tu perdón en ese "cuchicheo auricular" a otro mortal. Cuando lo verdaderamente esencial es abrirse al perdón eterno que tú nos tienes otorgado y rectificar la senda. Lo importante es "analizar" (examen) y "rectificar", volver a Ti. No necesariamente "confesar" y auto agredirse, salvo que lo necesite nuestra sicología herida. Pero entonces lo llamaremos "compartir" y "desahogarse".

Un hombre, por muy sacerdote que sea, no puede perdonar pecados. Ni siquiera podemos decir que Tú perdonas pecados. No se puede perdonar lo que ya está perdonado. El perdón está implícito en el amor, es consustancial a él. Nos lo dijiste por boca de Pablo y lo acabo de recordar gozosamente.

El mal llamado "sacramento de la penitencia" (qué torpes seguimos siendo con nuestras "expresiones negativas" de realidades positivas) solo podemos llamarlo "sacramento de la alegría", "sacramento del regreso", "sacramento del abrazo". ¿No lo dice claro tu Evangelio? ¿Cómo pretendemos rectificarte?


Sería estupendo este sacramento. Seguro que nos lo envidiarían otras religiones, incluso otros cristianos, si lo practicásemos evangélicamente. Porque los humanos necesitamos "hablar de corazón a corazón", que alguien nos reconozca, nos ayude a ver lo positivo que portamos dentro, que nos apoye para retomar el camino del bien.

Es imposible reconocer y rectificar nuestros yerros si no estamos apoyados en nuestra roca interior. Es imposible identificar nuestras sombras si no nos ponemos al sol.

¡Cuántas confesiones baldías! Consciente o inconscientemente consideramos este sacramento una tintorería o una bacinilla para soltar nuestras culpabilidades, sentirnos justificados y seguir haciendo lo mismo. Porque nos falta la referencia de lo que somos y dónde podemos apoyar nuestra perseverancia. Eso es mucho más importante que la "auto inculpación".

Necesitamos que nos enseñen a cambiar "culpabilidad" (peso muerto, carga sicológica) por "rectificación", por gozosa y consciente elección del bien. Hay que remover las causas si queremos conseguir otros efectos. Ahí es donde entra el sacerdote verdaderamente preparado y celoso de su misión. Lo suyo en convertirse en luz, no en basurero.

No, de ninguna manera podemos afirmar que el sacerdote perdona. Y menos arrogarle una supuesta representatividad del mismísimo Dios para perdonar. ¿No vemos el parecido de esa pretensión con la tentación del "seréis como dioses"? Pocos tienen el descaro de afirmar: "soy como dios"... Pero cuántos -en distintas religiones- dicen: "somos los verdaderos delegados de Dios". ¿Acaso no es lo mismo? ¿Cómo no lo vemos, Señor, cómo no lo vemos?

El "poder" de un buen sacerdote es el poder del samaritano bueno, el querer AYUDARNOS a IDENTIFICAR nuestros errores (malos funcionamientos), a RECTIFICAR el mal camino (conversión) y a FORTALECER nuestra determinación de progresar (propósito de la enmienda).


Para, finalmente, confirmarnos que Tú nos tienes perdonados desde la eternidad, que solo es necesario abrirse a ese Amor refrescante y purificador, dejarse abrazar por el Padre y celebrar la fiesta del regreso. Eso es lo que "significa" ese "signo", ese "sacramento".

La retahíla de los pecados no es necesaria, salvo para quien necesite desahogarse y pedir evaluación moral o consejo. Siempre he mantenido que la "pedagogía moral" no es esencial al sacramento. Puede y debe impartirse fuera.

Si conduzco mi coche por un camino peligroso, lo urgente es cambiar a una ruta segura, no ponerme a estudiar geografía. Si estoy pasando hambre (como el "hijo pródigo") lo urgente es encontrar alimento, no ponerme a estudiar un manual de agricultura.

Esa obsesión por los "pecados" más que por el "pecador" me hiere y me distancia del sacramento. Pero hay otra cosa que me preocupa, Señor. Vivimos en una época con un especialísimo celo por la intimidad, por la privacidad, por los datos personales, incluso están protegidos por las leyes civiles.

Sin embargo, nos insisten que es esencial el "relato de los pecados" para que el sacramento sea válido. ¿No basta volver a casa, convertirse, rectificar los errores? ¿Qué dice el Evangelio? ¿Qué pasó con el pródigo, con la adultera, con la oveja perdida, con Zaqueo, con Mateo, con Pedro...? ¿Qué lista de pecados tuvieron que recitar?


¿Esa absurda exigencia de desnudar la intimidad, de mostrar todas las vergüenzas, no es contraria a los derechos humanos? 

Porque el "derecho a la intimidad" está protegido en el Art. 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y también por el Art. 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

¿Cómo es posible que los adalides de la "religión del amor" no sean sensibles a una mínima delicadeza, a un básico respeto a los derechos humanos? ¿Cómo no comprenden el "pudor sicológico" a desnudarse y el freno que significa a la hora de pedir ayuda? No es extraño que los "confesionarios" (denominación antievangélica) se hayan convertido en piezas de museo.

Una cosa es que "voluntariamente" cuentes o consultes al sacerdote lo que quieras y otra muy distinta que se exija desnudar la intimidad ante un hombre (muchas veces desconocido) bajo amenaza de "invalidez del sacramento". Es decir, de no ser perdonado por Dios y encima cometer otro pecado. Lo cual es una auténtica aberración. La "dictadura de la religión" -sea ésta cual sea- es un abuso indescriptible, contrario a la religión misma y al más mínimo respeto al ser humano.

¡Con el bien que se puede hacer en un lugar de encuentro, de escucha, de enjugar lágrimas, de buscar la paz y motivar el camino! Para eso, SÍ, es necesario el sacramento (signo del Amor que nos busca, nos cura y recupera). Pero es imprescindible despojarlo de los abusos humanos introducidos por el celo formalista y controlador.

Hay que empezar por evangelizar la Iglesia misma. Cristianizar los cánones por ejemplo, sacarlos del puro rito y convertirlos en Evangelio, en espejo limpio del Dios Amor. Dar la espalda a tu Palabra o a los "signos de los tiempos" -por los que también habla el Espíritu- es negarte nuevamente. ¿Verdad que Tú me comprendes mi Dios amado?


Observo la Pastoral -que suele ir más adelantada- y constato su adhesión a la "absolución general" para obviar los abusos descritos. Aunque reconozco que se pierde la eficacia de la comunicación íntima y personalizada.

Hay parroquias donde se viene enseñando a los jóvenes la "confesión de papel". Escriben en papelitos sus pecados y después los queman simbólica y comunitariamente al tiempo que reciben la "absolución general".

Espero que también se les enseñe claramente que lo esencial del sacramento es la conversión y la perseverancia (contrición de corazón y propósito de la enmienda). Y nuevamente se pierde el diálogo íntimo, iluminador y motivador. Probablemente también se pierde en "la rutina" de la mayoría de confesionarios.

Nos empeñamos en añadir exigencias, impropias del Evangelio, a pesar de lo explícitas, claras y consoladoras que son, Señor mío, tus lecciones sobre el perdón. Los rígidos partidarios de la circuncisión no han desaparecido. En vez de preferir el "consuelo" del diálogo íntimo y ayudador prefieren el doloroso cuchillo. Pero en mi corazón sigue resonando: "El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas que las imprescindibles" (He 15,28).

¡Jamás en el Evangelio se exige confesión de los pecados! ¡Cuánta tradición embarrada e innecesaria nos han cargado a la espalda desde que te fuiste Hijo del Padre! ¡Cómo han desvirtuado la "buena noticia" y la han convertido en senda de espinas y cruces!

Con el "sacramento de la alegría" (o del regreso) nos pasa algo muy parecido a lo que nos pasa con la oración. Lo hemos distorsionado tanto que ya no sé si realmente nos acerca a Ti o es simple consuelo superficial y rutinario, cuando no vana superstición. Nuestro hermano Agustín nos enseñó que "la oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros".

De la misma manera, el "sacramento del abrazo" no es para que Tú nos perdones, sino para que nosotros nos abramos a tu perdón, nos sintamos perdonados y nos instalemos en tu regazo.

Deseo con toda mi alma que nuestra Iglesia avance por caminos de autenticidad y simplicidad para dejar atrás las complejidades humanas, los inmovilismos, las vanas pretensiones de silenciar al Espíritu, que sopla donde quiere y se expande como la primavera por todo tu Pueblo santo.

Deseo con toda mi alma que avancemos por tu Camino de humildad, amor y servicio. La religión prepotente y atemorizadora no es religión. Es humana y vergonzante osadía.

Aquí termino la entrega de los tres pequeños granitos de mostaza que Tú me entregaste para regalar. ¡Ojalá sirvan para el bien de mis hermanos! ¡Loado seas mi Señor!

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5 comentarios:

regue dijo...

"Siéntete querido por Dios, tal como eres y siéntete perdonado desde siempre y abrazado y sostenido por El" eso es lo que digo siempre a quien se acerca a mí para "reconciliarse" o más bien como tu dices sentir el abrazo del Padre amoroso.
Y nunca les pregunto por sus pecados, es más, hay personas a las que simplemente doy la absolución (porque me la piden) después de unos momentitos de silencio de ambos.
Y quiero compartir contigo y con quien lea este comentario, que junto con la Eucaristía, que preparo con esmero, el sacramento de la "alegría es uno de los momentos en los que me siento realizado como sacerdote, sentirme en ese momento "instrumento" del amor del Padre que quiere que yo transmita su amor y su ternura a ese hermano, es algo que no puedo describir con palabras.

vallas74 dijo...

Carissimo! No por nada está devaluado el confesionario, lugar de tortura para algunos que eran abusados por quien debía ayudarlos a retomar la senda, a partir del empleo indebido de la autoinculpación de debilidades... Y lugar de jolgorio para quienes conocían las dificultades auditivas del censor de turno...
En fin. Dejemos que nuestra conciencia consultada con sinceridad nos haga reconocer el Camino, mientras nuestros guías ejercitan sus conciencias para alentar nuestra perseverancia en la búsqueda de la Verdad...

Antonio Manuel dijo...

"...Si una persona no se siente pecadora perdonada, nunca podrá hacer un gesto de perdón o reconciliación..." (Papa Francisco).
En el Padre Nuestro, la oración que Jesús nos enseñó, nuestra petición de perdón tiene una sola condición: "...como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden..."
Jesús insiste en cómo hemos de perdonar: "... hasta setenta veces siete..." (o sea: siempre).
Si uno perdona de verdad, tiene "el lugar asegurado" en el Perdón del Padre.

Joaquín dijo...

Amigo Regue, haces un bien grande. Muchas veces soltamos lo que ya nos pesa y tu serás el bálsamo. Como echo de menos al cura que te escucha o que como tu bien dices simplemente te acompaña. Dios nuestro Padre ya nos ha perdonado y cuando volvemos a El nos hace una fiesta. A veces me da la impresión de que cuando vamos con la falta que hemos cometido, Nuestro Padre nos dice: Yo te creé y se las faltas que tienes, no te culpes nadie es culpable y como yo te creé échame a mi la culpa de haberte creado así.
Dios nuestro Padre, nuestro Abba es muy grande nos regala una vida y nos dá un corazón para sentirlo.

regue dijo...

Amigo Joaquín. Gracias por tus palabras, que me animan a seguir con el empeño de dar a conocer a ese Dios Padre enamorado de nosotros. Pero solo devuelvo aquello que he recibido y que constantemente recibo: el Amor que El me da. Y es un don inmerecido que me haya llamado a está inmensa misión de ser cauce de su misericordia y de su amor. Que Dios te siga bendiciendo, yo te envío su bendición y la mía. Un abrazo

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