sábado, 1 de mayo de 2021

El cristo de las pistolas

 Otro escándalo anticristiano aplaudido por una Jerarquía ciega
  

Dicen que es verídico. Un "piadoso" forajido colgó en su guarida un crucifijo monumental, robado en una iglesia. 

Para no sentirse interpelado por la imagen la rodeó con una vieja canana y dos pistolas. 

Así convirtió a Cristo en su colega, su cercano reflejo. Al fin y al cabo también él era un perseguido. De esa manera nació el insólito "cristo de las pistolas" a la lumbre de la interesada piedad de un bandido. 

A todos nos parece esa historia un disparate. Sin embargo, dimos por buena la intención de un Obispo de organizar un "acto de desagravio" al devolver a la Virgen las coronas de oro que se habían llevado unos cacos y habían sido recuperadas por la Policía. Será, dijeron, como una nueva coronación. 

Confieso que mi alma cristiana se retuerce como un potro cuando oigo estas cosas. ¿No será al revés? ¿No será un nuevo "agravio" lo que proyectan? Para mí que llenar de oro y joyas una imagen de la Virgen de Nazaret es un desatino y, desde la fe cristiana, un verdadero escándalo. 

Me parece muy bien que se represente a la Madre o los Santos en bellas tallas. Pero la finalidad de tales imágenes es recordarnos su ejemplo de vida santa. ¿Puede haber algún cristiano que imagine a la Nazarena "real" como un muestrario de joyería? A mí me parece que no. Sus verdaderas joyas fueron sus virtudes, su estilo de vida, su parecido con el Hijo. 


Si lo que se pretende es emular su gloria en el cielo, entonces somos unos necios y no hemos entendido nada del Evangelio. 

Querer encumbrar un ser espiritual con riquezas materiales es una ficción y una incongruencia antievangélica: "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socaban y roban. Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socaban ni roban" (Mt 6,19). 

Si el mismo Jesús nos enseñó que a Dios hay que "adorarle en espíritu y verdad" (Jn 4,23), ¿Qué haremos con la Virgen, los Santos o los lugares sagrados? 

Las instrucciones para los cristianos son claras: "Id predicando… No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas; ni alforja para el camino…" (Mt 10,6). ¡Qué bien sabía el Señor lo pegajoso que es todo eso! ¿Entonces cómo hemos corrompido nuestros templos y nuestra piedad con tantos tesoros materiales, con tantas imágenes folklóricas de ridículas coronas y enjoyados vestidos? 

¡Ah! Pero otro Obispo iluminado nos da la solución: "Las piezas más valiosas están más seguras en los museos". ¡Pues nada, convirtamos las iglesias en museos, contratemos guardas de seguridad y jubilemos a los Curas! Mejor dicho, enviémosles al tercer mundo. Seguro que allí podrán cumplir su misión pastoral sin preocuparse por la seguridad de sus tesoros.

El oro, la plata, las joyas, no son más que el pináculo de la riqueza del mundo, la extrema concreción de lo superfluo, el distintivo de los jerarcas mundanos, el símbolo del materialismo más alejado de la religión. ¿Cómo tenemos la cara dura de vestir nuestras imágenes (recordatorio de personas espirituales) con los profanos símbolos materiales del poder, tener, dominar y aparentar? 

Para más escándalo, esas prácticas mundanas son promocionadas y usadas por la clase dirigente. Ahí están para demostrarlo, por ejemplo, las "coronaciones canónicas" con su consabida corona aurea. 

O la vergüenza de los "anillos obispales" -de la marca que usaba Jesús, según una cristiana irónica- o los demás "artilugios sagrados" para ensalzar su soberanía. 

"¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que recorréis mares y tierras para hacer un prosélito y, cuando llega a serlo, lo hacéis reo del fuego dos veces más que vosotros!" (Mt 23,15). 

Sabed que muchísimos católicos no necesitamos para adorar, alabar, honrar y amar a Dios ni un gramo de oro ni exquisitas orfebrerías. ¡Allá vosotros si mancháis vuestras manos con el materialismo de los poderosos! 

No os extrañe que no podamos reconoceros como pastores, ni siquiera como cristianos, porque contravenís el Evangelio. Y, por ello, vosotros mismos os descalificáis para evangelizar. 

Mientras haya quien pase hambre de pan, es un delito y un grave pecado cubrir de riquezas tallas de madera y manos clericales. Cuando algunos afirman, sin que se les caiga la cara de vergüenza, que es para honrar a Dios, ellos mismos se descalifican por levantar nuevos "becerros de oro". 

Dime cómo representas al Dios en que crees y te diré qué clase de religión profesas…

(En la imagen la que llaman Virgen de los Desamparados. A mí me parece la mundana patrona de los millonarios). 

Cualquiera que haya meditado el Evangelio y entre en algunas de nuestras iglesias, museos, catedrales y palacios nos acusaría de "hipócritas redomados". Y no sé cómo nos llamarían si encima oyen a nuestros Curas aquella afirmación falsaria: "Una Iglesia pobre para los pobres". 

Que nadie me acuse de demagogia barata, tan frecuente en algunos utópicos habladores de los pobres. Ya sé que con todos los "tesoros eclesiales" apenas achicaríamos unas gotas del mar de la pobreza. Ese es el argumento que suelen usar los malos pastores para no soltar ni un relicario y seguir atesorando. También conozco el argumento del "perfume" de Judas, tan tergiversado e interpretado en defensa del atesoramiento y despilfarro, contrario al mismo Evangelio. 

Lo que me hiere y escandaliza, lo auténticamente grave, es el fomento de lujos antievangélicos, patrocinados por quienes deberían evangelizar. Vestir "vírgenes y santos de madera" con oropeles y perlas es una abominación materialista, además de una representación incoherente para un cristiano. 

Es totalmente honesto crear riqueza y multiplicarla, siempre que se destine a lo necesario y a socorrer las distintas miserias. Pero "materializar" nuestros sentimientos religiosos con brillo superfluo es un escándalo. 

Mucho más sagrado que la Virgen de tu localidad o barrio son los hijos de Dios. Y se nos enseñó explícitamente: "Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40). 

Nuestra fidelidad y coherencia son las auténticas joyas que Él quiere: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). Dignidad, orden, delicadeza, cuidado, mimo… ¡SÍ! (me duele hasta llorar que muchos Curas lo olviden en la Eucaristía, por ejemplo). Atesoramiento material, lujos superfluos para envolver realidades espirituales… ¡NO! ¡NUNCA! 


Tampoco el templo es para honrar a Dios sino para que las personas tengamos un lugar adecuado para orar y promover la fraternidad
. Él no necesita iglesias, ni premios arquitectónicos, ni elevadísimas cúpulas.
 

Él busca a sus hijos, a sus queridísimos hijos: "Mi delicia es estar con los hijos de los hombres" (Prov 8,31) y que los más pudientes apoyen a los más débiles. 

Ayudar a descender al "templo interior" es la finalidad de iglesias y catedrales. Porque es ahí donde nos habita el mismísimo Dios. Todo despilfarro, todo exceso en la construcción, incluso bajo excusa de sublime arte u honra divina, son "ruedas de molino" que se acumulan en el cuello de quienes promocionan, desde el poder, tal "muestrario materialista".


La esencia del cristianismo es la Misericordia. La síntesis del Evangelio es la revelación de la amorosa Misericordia del Padre, que nos llama, nos busca y espera. Y la consecuencia: "Anda y haz tú lo mismo" (Lc 10,37). 

No se honra a Dios con piedras muertas, ni con oro, joyas o arte. Se honra a Dios en las "piedras vivas" y en los "templos del Espíritu Santo", promoviendo su plenitud y comenzando por la conservación de su vida. "La gloria de Dios es que el hombre viva", decía san Ireneo. 

Los superfluos excesos "sacralizados" por vosotros, hermanos Obispos, son escándalos con que contamináis al Pueblo de Dios: "No entráis vosotros, ni dejáis entrar" (Mt 23,13). "¡Y descuidáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe! (Mt 23,23).

Cuando veo la tropelía de embalsamar imágenes de la Madre con oro, perlas y piedras, lo paso muy mal. ¡Qué poco la conocen quienes así se comportan! 

Sé que no hay mala intención, pero cómo me duele que rebajemos a la Madre a nuestro pequeño y mísero tamaño. No me nace más que pedir perdón por la ignorancia de los "guías ciegos". ¡Perdónales, Madre, porque no saben lo que hacen, ni quieren seguir tu consejo: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5)! 

Me pregunto qué nos diría nuestra sencilla y humilde María, si mi ignorante y anciana madre terrena me supo responder ante un regalo caro: 

"No quiero joyas, hijo. Te quiero a ti, tu presencia, tu voz, tus besos. Prefiero que me cuentes cómo en el trabajo tu honradez supera a tu ambición. Cómo tu mujer y tus hijos disfrutan de tu bondad y tu ejemplo. Cómo respondes a los que te necesitan sin darles largas. Soy feliz, hijo mío, comprobando que la Navidad corre por tus venas, que vas haciendo nuevo cada año el tesoro que yo te transmití". Perdonadme, pero no puedo contener las lágrimas… 

¿Si eso decía mi cristiana madre, cómo tenemos lo oídos cerrados al mensaje de nuestra Madre del cielo? Lo he vuelto a escribir porque creo que resume mi meditación de hoy sobre la "piedad materializada" en la que nos hemos hundido, con aplauso de los que deberían iluminarnos.

Anclados en nuestras inconsciencias y rutinas no nos percatamos de que alhajar representaciones inertes de seres espirituales es tan absurdo y anticristiano como colgar a una imagen de Cristo dos pistolas. De oro, por supuesto.

Y nadie quiere que salgamos del error: "Cuando un ciego guía a otro ciego, los dos caen en la olla" (Mt 15,14); "Guías ciegos que coláis un mosquito y os tragáis un camello" (Mt 23,24). 

Mientras amanecen tiempos mejores, queridos hermanos meditadores, deseo de todo corazón que se pueda decir de vosotros: "¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!" (Mt 13,16).




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5 comentarios:

vallas74 dijo...

Carissimo!!! Coincido con tu reflexión y la comparto con mi grupo. Ojalá que la Buena Noticia corra y el próximo siglo nos encuentre más cerca del ejemplo de vida de Jesús...

regue dijo...

No se si la historia de las pistolas es cierta, pero lo que sí es cierto que muchos sicarios, sobre todo latinos rezan ante una imagen de la Virgen antes de ir a cometer el crimen, no se puede vivir una religiosidad "popular" más desviada, promovida, como tu dices por la jerarquía(la religiosidad digo, no los crímenes, que de todo hubo en la historia de la Iglesia, mal que les pese reconocerlo)
Y mira que casualidad: hoy tuve una misa de una santa, y precisamente les hablé de los templos y del verdadero templo que somos cada uno, y de los santos como ejemplos de vida, y no como intercesores, que sin duda renegarían de todos los oropeles y adulaciones que se les dedican. Y todavía no había leído tu meditación. Podría seguir con el comentario pero sería superfluo. Gracias por tus iluminaciones y seguimos en el camino de colocar el evangelio en el centro.Un abrazo

Antonio Llaguno dijo...

A mi lo que más me entristece es que toda esa gente, devota sincera, que cree en estas cosas, nunca podrá disfrutar del amor del Dios de verdad.
Triste, muy triste.

Antonio Manuel dijo...

Hay un refrán..."las comparaciones son odiosas...". En mi opinión, el artículo es una exageración, en el texto y las imágenes que lo ilustran.

Marià Moreno dijo...

Andaba de peregrino por el Camino de Santiago, hace ya más de 10 años, cuando al llegar a Burgos, se impuso una visita a su catedral, del todo natural. La contemplé en su exterior, más en su interior apenas duré 10 minutos. Creo recordar que vi tanto oro, que no tuve otra que irme. No lo resistí, lo confieso. ¿Qué hacía allí todo eso?

Más que de acuerdo contigo, querido Jairo, más que de acuerdo. Un abrazo.

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