"Mi alma llorará en secreto por vuestro orgullo; llorará sin descanso y mis ojos derramarán lágrimas, porque el rebaño del Señor es conducido al cautiverio" (Jer 13,17).
Hay católicos que defienden con uñas y dientes las piedras de su catedral o del Vaticano. Es decir, la estructura, la Iglesia material o el concepto de institución. Pero no tienen el menor reparo en agredir, despreciar o humillar a las "piedras vivas" que difieren de sus planteamientos.
El Señor no nos dijo que defendiéramos ninguna estructura, ni templo alguno y menos que lo llenásemos de ídolos. Lo que dijo fue: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12). "Cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40).