domingo, 11 de abril de 2021

¡Moldeame con tu beso!

 Para orar con el Resucitado

 

Aquel domingo la aurora cayó como relámpago sobre la cueva donde le dejamos. 

Salieron Pedro y Juan corriendo. Y, tras ellos, todos nosotros hacia el lugar del entierro. 

¡Y allí estaba, de pie, con sus heridas limpias y frescas, junto a la roca movida que era la puerta de un muerto! 

Oculto entre todos llegué a escuchar este diálogo: 


Pedro:

                        Yo también te ofrezco

   mi sangre que, en tu servicio,

                                                            gastar gota a gota quiero.

 

¡Piedra soy, Tú eres el agua,

moldeame con tu beso!

Haz de mí lo que te plazca.

En Ti perderme deseo.

 

Si lo mandas, en tu barca

sobre espumas marinero.

Arado de viento y brisa,

cosecha de brisa y viento.

Espigas de sal y algas,

parva de arena y misterio.

 

¡Piedra soy, Tú eres el agua,

moldeame con tu beso! 

Si quieres, con tus ovejas

-mayoral de tierra adentro-

mar de espigas, peces de oro,

voluntariamente quietos

entre la tierra, cuajados

mañana sobre los vientos.

Espuma de oro en la tierra,

faro de sol en el cielo.


¡Piedra soy, Tú eres el agua,

moldeame con tu beso! 

¡Pastor en la tierra firme,

o sobre el mar marinero!

Y a esta mi pequeña grey,

pobre rebaño en destierro,

dale el premio, a mí el castigo,

que soy yo quien lo merezco.

¡Si el pastor vigila bien,

no se pierden los corderos!

 

Jesús: (Abriendo lentamente sus brazos hacia todos nosotros que caímos de rodillas)

 

Venid a mí los cansados,

venid a mí los sedientos,

venid los que tenéis hambre,

venid los que vivís ciegos.

 

Yo soy camino, soy luz,

agua viva y alimento.

Bálsamo en las heridas,

frescor de los labios secos,

pan reciente en vuestras almas,

sol en vuestros ojos muertos. 

Soy el que es desde siempre.

Al principio era en el Verbo

y ese Verbo estaba en Dios,

y era Dios. Las cosas fueron

hechas por Él. Sin Él nada

se hizo de cuanto fue hecho.

 

Vino a salvar a los suyos,

pero no le recibieron…

Aún así se hizo carne,

para salvaros, el Verbo.

 

Carne que tembló en Belén,

en un pesebre, entre estiércol.

Carne que dejó su espuma

por los mares galileos.

Y dejó su huella blanca

sobre los caminos negros.

Carne sucia de saliva

por amor; llena de cieno

por amor; llena de heridas

por amor; y que en el viento

se desgarró aquel "nisán"

sobre unos troncos sangrientos.

 

Carne que dejó de ser,

para hacerse en el Misterio

Vino y Pan, para que fuerais

todos capaces de cielo.

 

¡Ya podéis saciar las hambres

y empapar los labios secos!

¡Misterio inmenso de amor,

inabarcable misterio! 

¡Seguidme! Tras de la Cruz

está la gloria. El sendero

 si tiene espinos, también 

tiene claveles abiertos.


Caminad los redimidos

por la luz de este Cordero

que tras mi Cruz está el Padre,

que añora vuestro regreso. 

Y el Hijo junto al Espíritu

-misterio oscuro y excelso-

os espera con los brazos

resucitados y abiertos.

 

 

(Últimos versos del auto sacramental "La Siega" de Lope de Vega. Adaptación libre de Fr. José Mª Guervós, OP - Trascripción y publicación de Jairo del Agua).



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