martes, 23 de mayo de 2023

No se puede caminar hacia atrás

 Anclarse en el primitivismo y la magia es un pecado contra el Espíritu Santo

  

 

Es un sinsentido caminar hacia atrás. Y todavía más irracional cargar con los "postes indicadores" sobre la espalda como si fueran la meta.
 

Cuando los "guías" ceden a las costumbres y piedad del Pueblo en vez de iluminar y avanzar, están traicionando al mismo Pueblo que dicen ayudar. Le pasó a Aarón (hermano de Moisés) con la idolatría del "becerro de oro", transigió con el Pueblo y consintió la idolatría. Hoy pasa lo mismo.

 

Bajo la genérica capa de "tradición" escondemos muchos miedos. Tendemos a apoyarnos en "muletas humanas" en vez de sumergirnos en la libertad del Espíritu. Nos fijamos en lo "externo", en vez de lo "interno", cuando la verdadera seguridad nace de lo hondo.

 

Las tres fuentes oficiales de la Teología son: Escritura, Tradición y Magisterio. Ahí deben fundamentar los teólogos todas sus elucubraciones. Pero "congelar" y "sacralizar" las fuentes supone cegarlas y negar la evidente "evolución humana" y la "revelación sucesiva".

 

Aclaro que la "revelación sucesiva" no está causada por un "dios tartaja" que nos dice algunas cositas y se le atascan otras. ¡De ninguna manera! El problema no es de Dios. El problema es nuestro, que no tenemos madurez u órganos adecuados para captarle. Solo se nos ha dado la "imagen y semejanza", es decir, "inteligencia, voluntad y libertad" (evolutivas) para buscarle. Y, por supuesto, el empujón humano de Cristo, tan oscurecido y malversado por sus propios seguidores.

 

Lo dice el olvidado Evangelio: "¿No acabáis de entender ni de comprender? ¿Estáis ciegos? ¿Para qué tenéis ojos, si no veis, y oídos, si no oís?" (Mc 8,17).


 

Sin embargo, todo lo fiamos a lo que nos dicen "OTROS" desde fuera, en especial esos supuestos pastores que nos someten más que alimentan. Pero desde fuera, desde lo EXTERNO (las fuentes citadas son solo "postes indicadores externos"), no podemos descubrir un Dios Interno e Inabarcable.
 

Eso explica que quienes más y mejor se han acercado a Dios hayan sido los místicos. Y que el cerebrito de Aquino reconociese, al final de su vida, que había aprendido más delante del Sagrario que en los libros.

 

Es decir, solo la "oración interior" nos llevará a "vislumbrar" la esencia de Dios y a saborear sus cualidades, aún desde nuestra limitación ("entréme donde no supe"…).

El conocimiento de Dios está limitado por nuestra "incapacidad esencial" para abarcarle y está condicionado por la "evolución humana" personal e histórica.

A medida que ensanchamos nuestras neuronas y avanzamos en la búsqueda interior, estamos mejor preparados para percibir la inmensa luz del Creador. "Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa" (Jn 16,12).

Esta cita no se refiere a una venida puntual, sino al "derroche permanente de Dios" sobre unas criaturas en crecimiento y no todas al mismo ritmo.

 

Quienes nos debieran facilitar el acercamiento al rostro de Dios y mostrarnos el "dinámico camino de la búsqueda" nos hacen caminar de espaldas y a paso lento.

 

Si aparece algún "profeta" que se pregunta, denuncia y dice algo nuevo, lo expulsan del camino. Se prioriza la "autodefensa de la Institución". Exactamente lo mismo que le ocurrió a Cristo.
 

Se nos olvida que la enfermedad más grave del "homo religiosus" es la prepotencia farisaica, la que crucificó al Señor. Esa pretensión de "encerrar y poseer a Dios", de limitarlo y apropiárselo. Es la primigenia tentación del orgullo satánico: "seréis como dioses" (Gen 3,5), solo vosotros seréis capaces de "abarcar" a Dios.

 

Por eso me parece muy importante distinguir entre "barro" y "luz".

 

1. "Tradición de barro" (no reconocida oficialmente) es toda la porquería que se nos ha ido pegando por el camino de la Historia. Bien podríamos llamarla "traición" en vez de "tradición".

Nuestros miedos y nuestra poca confianza en el Espíritu nos lleva a traicionarlo. Lejos de reconocer y limpiar (conversión), se suelen mantener los "barros tradicionales" sacralizando, embalsamando y canonizando.
 

El "desprendimiento" o "pobreza de espíritu" son valores cristianos: "Bienaventurados los pobres de espíritu..." (Mt 5,3). Pero nuestros súper doctores acumulan abstracciones, recuerdos, palabras, interpretaciones, discusiones, fastuosidades, riquezas, apariencias, cosas…


¡Fíjate lo corto que es el Evangelio y el complejísimo andamiaje en que lo hemos encerrado! Lo advertía Pablo: "…su mente se dedicó a razonamientos vanos y su insensato corazón se llenó de oscuridad" (Rom 1,19).

 

Es un síntoma claro de que nos hemos alejado de la "sencillez", puerta del Reino: "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18,3).

Y puerta de la verdadera Sabiduría: "Yo te alabo Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos" (Mt 11,25).

 

Tan obsesionados estamos por vigilar el equipaje que se nos olvida viajar. A nuestros dirigentes se les hace difícil aceptar la evidencia de que "el ser humano es progresivo" y, por tanto, también lo son su dominio de la creación, su conocimiento de sí mismo y del mundo, su intuición de Dios y su revelación.

 

Prefieren insistirnos en que todo está "cerrado y terminado"…   Así nos libran -dicen- del temor y la inseguridad, para escayolarnos con su rigidez mental. Año tras año se nos olvida la promesa de la asistencia perpetua del Espíritu, que es el que realmente guía la Iglesia... si le dejamos.


Permanecemos rígidamente atados a enseñanzas e interpretaciones de personajes del pasado, olvidando su "limitación" y su dependencia del "ambiente humano" de su época. 

Los hemos idolatrado e identificado con Dios: "palabra de Dios".


Se nos olvida que TODOS somos limitados, una raza y unos seres en camino. Iglesia caminante.

 

Desisto de citar ejemplos del "barro que conservamos como reliquia sagrada". Ya lo vengo contando en mis meditaciones desde hace años.

 

Solo mencionaré algunos "principios falsos" que nos han embarrado el camino:

 

A) Empecinamiento en una "religión utilitaria y primitiva", que nace de la ancestral experiencia de limitación y fragilidad humanas.

 

Se acude a Dios por interés para negociar y obtener puntualmente su ayuda o evitar su venganza y castigo.

Se acude por interés a un "dios instrumental" para que nos saque las castañas del fuego.

 

Se niega, de hecho, la "autonomía y libertad" de la creatura humana.


Y así hemos llegado a olvidar la finalidad de la religión: "religare = unir a la criatura con el Creador que vive en su interior".

 

Jesús se agotó hablando del "reino de Dios" de mil maneras. Pero seguimos anclados en una "religión utilitaria" y, como consecuencia, en un "dios intervencionista" que acude a nuestra puntual llamada, expiación u ofrenda. "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros" (Jn 6,26).

 

B) Obstinación en los primitivos espejuelos de la "magia", los "brujos" y los "intermediarios poderosos", expertos en convencer a ese "dios del trapicheo" o "dios tacañón", al que hay que suplicar con insistencia porque, como "prepotente mafioso", nunca regala nada, ni perdona nada, sin contraprestación (negación total del Amor Gratuito).

 

Todo eso y más, que no cito para no alargarme, lo hemos "sacralizado" como tradición inmutable.

Y nos han alejado de la evidencia de que NO existe un "dios manipulable", al que se pueda mover para conseguir favores u obtener perdón, ofreciéndole los mismos "sacrificios primitivos" con ropajes modernos.
 

Nos han hecho olvidar que "lo tenemos todo concedido y perdonado desde la eternidad". Y que somos nosotros quienes administramos nuestro mundo con "autonomía y libertad", bajo la suprema ley de la Creación: la "ley de la causalidad", recogemos lo que sembramos, sufrimos cuando combatimos el "orden de la Creación". 

 

2. "Tradición de luz" es seguir construyendo el "reino de Dios" en cada ser humano a partir de lo descubierto y avanzado. Ayudar a buscar y desvelar ese Rostro que nos atrae, nos enamora y nos impulsa a imitarlo. Y limpiarlo de tanta inmundicia e idolatría.

 

Hemos interpretado ese "reino de Dios" como premio futuro (el reino de los cielos) o como el privilegio de pertenecer a un grupo (la Iglesia).

 

Cuando se trata de un "don actual, personal y universal", el reino de la interioridad habitada, al alcance de todos.


Es el refugio instintivo del hombre, incluido en su propia naturaleza creada a "imagen y semejanza" y empujada por su innata "determinación de progresar". Cuando despreciamos ese "mundo interior", vivimos en superficie al albur de nuestra naturaleza animal.


Esa "naturaleza habitada y perfectible" del ser humano es la que no nos deja indiferentes ante una tradición positiva y luminosa. 

Nos impulsa a aportar nuestras propias luces y nos mueve en la búsqueda de ese anhelado Padre, hacia el que vuelve la Humanidad entera: "He aquí que todo lo hago nuevo" (Ap 21,5).

Pero una cosa es aprender de los predecesores y otra muy distinta anclarse en sus conocimientos, costumbres y errores. A los cristianos de hoy no se les puede pedir que vivan como anacoretas, machaquen el cuerpo para acrecentar el espíritu, se sometan a lo irracional, se abstengan de pensar o renuncien a su libertad de conciencia.

 

Y, muchísimo menos, que frustren la profunda aspiración a "encontrarse" personalmente con esa Divinidad inabarcable que nos habita. El "sometimiento clerical", que se nos exige, es una terrible blasfemia, propia de autócratas y no de servidores. De ese "yugo" huyen las gentes de hoy en desbandada. Nuestros jerarcas no son conscientes de hasta qué punto son "promotores de ateísmo y agnosticismo".

 

El inmovilismo de la tradición es síntoma de muerte y la muerte lleva a la corrupción. Nosotros también estamos haciendo tradición, que es una "corriente viva" y no un charco. Este inmovilismo miope nos hace daño y corrompe la Iglesia.
 

El prestigioso teólogo P. Antonio Oliver, teatino ya fallecido, solía repetir: "Somos enanos a hombros de gigantes. Por eso podemos ver más allá"A lo que añado: "Cuando no bajamos al barro primitivo para volver a empezar".

 

Ejemplo notorio, irracional y visual es la obstinación de nuestros jerarcas en conservar los personales signos de notoriedad (anillo, corona, cetro y trono) de un perpetuado pasado.

 

La "tradición de barro" les empuja a mostrarse como sus predecesores, sin percatarse del escándalo antievangélico que supone su anacronismo y falta de coherencia: unos "servidores" auto encumbrados como "príncipes del Medioevo".

 

¿Si esto ocurre en lo fácilmente mudable, como son las galas episcopales, cómo podemos esperar que se laven -nos lavemos- esa costra de siglos, incrustada en la secular piel eclesial?

 

De ahí el dolor y frustración de tantos católicos sinceros. De ahí la desconfianza o indiferencia hacia unos Pastores -probablemente buenísimos en su interior- disfrazados de lobos por tradición. ¡Seguramente no muerden, pero asustan! Por eso muchos salen corriendo...
 

De ahí la sorpresa de quienes no comprendemos cómo al hablar de "tradición" no se prioriza que el Evangelio es "vida y vida abundante" (Jn 10,10), imposible de congelar y encerrar.

 

Cuando dedicas tiempo a sumergirte en "oración de impregnación" (baño de interioridad) y te das de bruces con tus aspiraciones humanas de Paz, Bondad, Amor, Compasión, Coherencia y todas sus derivadas (el "reino de Dios"), entonces estás tocando la "carne de Dios".

 

Desde ahí te das cuenta que Dios no es más que "la Infinitud de las aspiraciones profundas del hombre". Cuanto más humano seas, más divino serás. Y leerás el Evangelio como "manual de humanización". 

¿Será eso lo que quería decir Jesús: "adoradores en espíritu y verdad" (Jn 4,23)?




 

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