martes, 6 de febrero de 2024

"ENCONTRAR al Abbá de Jesús. Más allá de errados clericalismos"

 

Después de "ORAR al Dios de Jesús. Y abandonar los ídolos" sale ahora a la luz mi último libro: 

"ENCONTRAR al Abbá de Jesús. Más allá de errados clericalismos".

Los que me conocéis ya sabéis que hablo alto y claro, sin pelos en la lengua. Estoy convencido que "la racionalidad y la coherencia" son consustanciales a la religión auténtica.

Si nos conformamos con una "seudoreligión primitiva y mágica" estamos totalmente perdidos y nuestra fe es puro humo.

Este nuevo libro, al igual que los anteriores, recoge las meditaciones que he ido publicando en mi Blog desde hace ya unos cuantos años. Y ya lo podéis obtener, como siempre gratuitamente, con solo pedirlo a mi correo electrónico: jairoagua@gmail.com

Mi amigo, el conocido teólogo español Andrés Torres Queiruga, ha tenido a bien escribir unos párrafos que he incluido al final. El Prólogo es del párroco José Luis González Regueiro, antiguo alumno de Andrés, al que muchos conocéis porque realiza una magnífica labor de actualización de la Liturgia católica, y en especial la de cada Domingo, que suelo enviar todas las semanas a los que me la habéis pedido.

Para los que queráis tener una opinión previa del libro, os adjunto lo que el profesor Torres Queiruga me ha enviado (las  imágenes y colorines son míos).


Carta a modo de Epílogo


Querido Jairo: Todavía no hemos tenido ocasión de encontrarnos lo que se dice personalmente, como hemos soñado en alguna ocasión. Pero no pierdo la esperanza de que pueda acontecer algún día.

Mientras tanto han ayudado ocasionales contactos epistolares, y sigo con atención tus escritos, siempre frescos y claros, como esa "agua" que has elegido para acompañar tu nombre (también es bíblico y simbólico por sí mismo). 

Tu tono y tu estilo recuerdan la energía algo desgarrada y el poco convencionalismo de los antiguos profetas. Como ellos, vas a lo esencial: a lo que muerde en la carne, la vida. También como a ellos te preocupa limpiar la imagen de Dios: esa de cuyo nombre Martin Buber dijo que era la más enlodada y maltratada de todas las palabras. 

Tú no cejas en tu empeño de liberarla de prejuicios, acaso bien intencionados, pero que más de una vez amenazan con presentarlo casi como un monstruo de crueldad. No soportas, con razón, que se le pueda describir como capaz de considerar culpables a todos los seres humanos por un supuesto pecado que no cometieron; y, peor, dispuesto a castigarlos, si fallan, con un "infierno eterno e inmisericorde". 

Sabes que algo se está avanzando. Pero no persistes por capricho o resentimiento. Sobre todo, no te contentas con despotricar o protestar sin construir. Como el hagiógrafo que, ya en los primeros años cristianos, valiéndose del recuerdo y del nombre de Pedro —otro que también sabía enfadarse en estos asuntos—, escribió en una carta dirigida a cuantos confesaban al Dios de Jesús: "estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones" (1 Pe 3,15). 

Eso es lo mismo que te urge a ti. Y de eso precisamente va la preocupación que rezuma cada página de este libro, peculiar en la ligereza de la forma, tajante y desinhibido en las afirmaciones, pero de muy hondo compromiso en su fondo. 

Te preocupa que el imaginario cristiano esté poblado de interpretaciones obsoletas, que amenazan con hacer de la fe una narración de mitos infantiles, demasiadas veces heredados por adultos que los mantienen sin cambio desde la primera comunión, cuando la hubo. Y, en general, una comprensión de la fe que obedece a tópicos escuchados en sermones sin actualizar e interpretaciones que circulan sin reflexión ni control. 

No te has resignado personalmente a la fe rutinaria de tantos que, en el fondo, nunca se han preocupado por creer y comprender con la conciencia y la responsabilidad de creyentes adultos, dentro de la cultura actual y a veces frente a ella. 

No te resignas a que desde la predicación, la enseñanza y la catequesis —e incluso en una parte extensa de la teología— se sigan repitiendo "doctrinas" cuya letra contradice la entraña misma de aquello que se profesa. 

He aludido al "infierno", pero basta repasar el índice de tu libro, para ver que el problema afecta a cuestiones fundamentales que cimientan el edificio de la fe y que deberían presidir la imagen de un Dios Abbá, de entraña maternal y amor infinito. 

De ahí tu insistencia en renovar el "problema del mal", borrando la idea monstruosa de que Dios lo permita pudiendo evitarlo e incluso pueda mandarlo directamente. 

En unión íntima con ese problema tratas la cuestión de la "oración de petición", empeñada en convencer a Dios, incluso "refrescándole continuamente la memoria —¡acuérdate!— y animándole a que sea bueno y misericordioso, a que cumpla sus deberes"

(Te confieso que cada vez me asombra más que la teología no tome en serio este martilleo inacabable de frases increíbles en cuanto se dedique un segundo a examinarlas, pero que deforman de raíz la imagen divina, minándola poco a poco y haciéndola literalmente increíble). 

Desde ese núcleo, que nace de tomar en serio la fe en la "creación", dejando de verla como un concepto abstracto, llamas a verla nacida de la misma entraña divina, buscando únicamente el bien para sus creaturas, apoyándolas en su realización y llamándolas a colaborar con su Creador como hijas e hijos autónomos y responsables. 

De ahí tu insistencia en el "perdón divino", que desculpabiliza para abrir a la vida, en confianza íntima y fraternidad entregada. 

Y tu llamada enérgica a la "organización comunitaria de la Iglesia" (llamada que a veces, todo hay que decirlo, debería ser menos destemplada, pues también de hermanos se trata en este asunto).

Con sobrada razón, insistes en que necesita con urgencia ser menos jerárquica y esencialmente igualitaria, sin ansias de pompa ni poder, en servicio y ayuda, colaborando con todos, abierta a los pobres y preocupada por el mundo.

Desde esta perspectiva, otros temas importantes van recibiendo su toque interpretativo: los "sacramentos", la "moral" como aliento positivo, la misma "muerte" desde la autonomía humana y el amor divino. 

Tu enumeración no pretende ser "sistemática", pues centras el esfuerzo en mostrarles a todos envueltos y vivificados por esta relación viva con el "Dios de Jesús". La enuncias casi letánicamente en tres títulos: el Dios "coherente" de Jesús, el Dios "inteligente y compasivo" de Jesús, el Dios "justo" de Jesús. 

Bien sé, porque me lo has dicho, hace ya mucho tiempo, que mi teología te ha ayudado a ir configurando esta visión. Por eso quiero decirte que, a tu vez, tú me lo has pagado con creces. 

Ante todo, porque tu recepción me anima personalmente en mi trabajo, en cuanto que de algún modo confirma que no va por mal camino y puede ayudar a una comprensión (algo) mejor y más actualizada de la fe. 

Y, sobre todo, porque, sea cual sea el acierto desde nuestra coincidencia, muestra la verdadera dialéctica eclesial que debe regir el anuncio de la fe entre el servicio específicamente teológico y las demás mediaciones eclesiales. 

El "sensus fidei", ese mismo "instinto de la fe" que a todos nos habita, entra así en la colaboración fraterna, aportando aquellas riquezas que solo se pueden alcanzar conjuntando las distintas perspectivas. 

Ninguna es mejor que otra, pues todas se unen y confunden en la comunión del servicio fraternal. En él confluye la mediación por el servicio oficial de los pastores, catequetas, profesores de religión o animadores de grupos que asumen expresamente esa tarea en distintos contextos. Y confluye la de aquellos creyentes que, como tú, asumiendo su fe de manera crítica y responsable, se sienten llamados a trabajar en este campo desde sus diversos lugares, capacidades y perspectivas. 

Este libro, unido a la incansable labor que por escrito y de palabra la acompaña, representa un caso ejemplar de la fecundidad de esta colaboración. 

El apartado final, a modo de colofón, se encabeza con un subtítulo expresivo: "Del grito de un pobre laico soñador a la llamada del Papa actual". Y concreta: "Papa, muy realista, convoca un Sínodo, nada menos, para escuchar al Pueblo de Dios". 

Has acertado, querido Jairo. Por ahí, justamente por ahí, va la gran llamada de nuestro papa Francisco a la "sinodalidad" como un gran signo de nuestro tiempo eclesial, abriendo al futuro y a la esperanza. 

Tú has hablado bien del "Abbá de Jesús". Preside el título con justicia de este librito luminoso, y tengo la convicción de que para muchas personas puede ser aliento cálido y guía actualizada para ponerse en camino. 

Andrés Torres Queiruga





Estos son mis Libros Digitales. Puedes pedirlos a jairoagua@gmail.com 

Los recibirás en tu correo-e gratuitamente.










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