martes, 14 de marzo de 2023

¡¡ Nunca más !! - La 8ª palabra.

 La incomprensible traición a la Cruz de la doctrina católica


Me lo contó Longinos. ¿Recuerdas? El centurión romano que supervisaba la ejecución de aquel aciago día...

El mismo que vio y oyó expirar a Jesús. El mismo que lo atravesó con su lanza para asegurar su muerte. 

Lo cuenta Marcos con patética cortedad: "Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. El centurión que estaba frente a él, al ver que había expirado dando aquel grito, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios" (Mc 15,37). 

¡¡Nunca más, nunca más!! Fue lo que Jesús gritó. Me lo contó ese mismo centurión en un sueño.

Nunca más acusaciones, juicios y condenas injustas. Nunca más religiones que someten y matan. Nunca más sangre derramada. Nunca más torturas, muerte o dolor por mi causa, porque yo vine a traeros luz y vida (Jn 10,10).

¿Y qué hemos hecho los católicos? Nos hemos echado encima infinidad de "cruces" o se las hemos cargado a otros. Nos hemos sometido a Pastores más prepotentes que aquéllos a los que denunció Jesús y a muchas más leyes que las ya exageradas de entonces.

Todavía HOY nuestros líderes (dicen ellos que por designación divina) se exhiben como reyezuelos sobre tronos, con anillo, corona y cetro, disimulados bajo nombres clericales.

Pero la mayor traición se consuma al triturar el "mensaje de Jesús", despreciar el "vino nuevo" e instalarnos en el judaísmo previo cuyo esquema era:

Dios dictador (que gobierna por sus delegados dictando la ley) - Pecado (ofensa al dictador por desobediencia a la ley) - Expiación (medio para el perdón) - Justificación (evitación del castigo).

Doctrina católica:

- Dios dictador (ofendido por los pecados de los hombres, envía a su Hijo a rescatarnos) 

Pecado original (imperdonable por la dignidad del Ofendido).

Expiación (medio necesario para que el Ofendido perdone al genero humano, pero necesita una "victima divina" a la altura del Ofendido; entonces Dios dictador, por su `amorosa` voluntad, establece que su Hijo sea la "víctima divina" que pague la deuda de los hombres derramando su sangre en una cruz, como el cordero de los holocaustos o Isaac en manos de Abraham, pero con menos suerte).

Justificación (se perdona de esta forma al genero humano y se levanta el castigo, se abren las puertas del cielo y se nos devuelve la amistad con Dios). A esta última etapa la llamamos Redención porque nos redimió del pecado con su sangre ya para siempre con sus actos dolorosos. 

Esta incoherente doctrina se mantiene hoy mismo y tiene su reflejo en el Catecismo de la Iglesia Católica y en la Misa que todavía se considera "memorial del sacrificio de la cruz".

Dejadme que lo grite:

¡¡ Esta incoherente doctrina constituye una disparatada traición al Evangelio y una insultante "apostasía"  del Abba del Jesús !!

¿Quién puede creer y amar a ese "dios sanguinario"? (Leed la "parábolas" por ejemplo, porque no soy yo el que disparato).

Vayamos ahora a algunas de las consecuencias de esta doctrina porque no es el momento de ahondar en sus orígenes.

Hoy mismo se están convocando jornadas de "ayuno y oración" para conseguir tal o cual favor del Cielo. ¿A qué "dios insatisfecho" pretendemos ganarnos? Otra vez la herencia judía de la expiación para convencer a un "dios justiciero y vengativo". "¿No acabáis de entender ni de comprender? ¿Estáis ciegos? ¿Para qué tenéis ojos si no veis, y oídos si no oís?" (Mc 8,17). ¡Nunca más. No es por ahí! 

Solo creo en el ayuno terapéutico y racional, el que me lleva a cuidar el cuerpo con equilibrio, obligación exigible a todo ser humano. Es más virtuoso y difícil cuidar el cuerpo que destrozarlo. ¡Cuánta religión perversa nos han enseñado! 

No existe un "ayuno religioso" como moneda de cambio para obtener favores divinos o conseguir perdón. El Abba de Jesús que te habita y te habla, NO se alimenta de ayunos, sacrificios o barbaridades autolesivas. Esa es una ancestral superstición de los judíos y religiones primitivas. 

¡Pero si lo dice hasta la antigua Escritura! "¿Acaso lo que yo quiero como ayuno es que alguien aflija su cuerpo, incline la cabeza como un junco y se acueste sobre cilicio y ceniza? ¿A eso le llamáis ayuno, día agradable al Señor? 

El ayuno que yo quiero es éste: Que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos y se rompa todo yugo. Ayunar es partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne" (Is 58,5).

La auténtica y más ardua ascética es "vivir en orden" en las cuatro instancias de la persona (cuerpo, sensibilidad, yo cerebral y ser).

La autoagresión es pura reliquia pagana: "¡Baal respóndenos!... Entonces gritaron más fuerte y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones hasta chorrear sangre por todo el cuerpo" (1Re 18,28)Claro que "vivir en orden" es menos folklórico y no atrae turistas. 

Cuando yo era un joven devoto y apasionado le pedí a mi madre un crucifijo pectoral para llevarlo bajo mi blanco hábito dominicano. Tras su soporte metálico le pedí grabar: "Amor y Sacrificio". Me equivoqué. Seguía las voces de fuera y no había aprendido a escuchar la Voz de dentro. Debí haber pedido: "Amor y Alegría". Todavía lo guardo para recordar mi inmadurez y la influencia de mis preceptores. El "ambiente humano" que nos rodea -sobre todo si es autoridad religiosa- tiene un enorme peso sobre nosotros.

Contaba San Josemaría Escrivá que su vocación se aceleró cuando vio pasar bajo su ventana a un fraile descalzo que iba dejando sus huellas sobre la nieve. Pues se equivocaba aquel misterioso fraile y pecaba de imprudencia, con la mejor intención sin duda. 

Es obligación, incluida en el 5º mandamiento, cuidar el propio cuerpo. De hecho, hay infinidad de enfermedades y dolores que se derivan del olvido de ese cuidado por parte nuestra o por parte de nuestros ancestros de los que heredamos la carga genética. ¡Vaya responsabilidad incluye ese "quinto" tan poco meditado! 


En el nombre de la "cruz" no solo nos hemos auto agredido sino que hemos herido a otros. Hemos iniciado guerras, torturado, matado, excomulgado...

En el nombre de la "cruz" hemos juzgado, condenado, destrozado honras y famas...

No hemos oído el desgarrador grito de Cristo: ¡Nunca más cruces! ¡Nunca más herramientas de tortura y hundimiento del ser humano! 

Porque el signo de los cristianos es la síntesis de los valores del Crucificado. No la herramienta de tortura o la falsa expiación por nuestros pecados. Lo dice clarísimamente Juan al comienzo de su evangelio. Lo proclama expresamente nuestro Señor antes de curar al ciego de nacimiento: "Soy la luz del mundo" (Jn 9,5). 

En la cruz está la muerte y la crueldad de unos asesinos, que hemos enmascarado bajo conceptos como expiación, sangre redentora, cruento trueque por pecados… De ahí la exaltación del dolor hasta la saciedad. Sin embargo hemos postergado la "Luz del dulce Maestro", el mensaje del Crucificado y Resucitado, mensaje de vida y felicidad, "bienaventurados"...

Digámoslo alto y claro: El dolor es un mal o síntoma de un mal (físico o síquico). Reproducir dolores gratuitamente, por muy religiosos que sean los motivos, es un desorden sicológico que se llama "masoquismo". ¡Bastantes dolores irremediables conlleva el camino humano! 

Los devotos del madero también besarían y honrarían una ametralladora de haber sido fusilado el Señor. La herramienta de muerte la pusieron los asesinos. Lo verdaderamente valioso es lo espiritual, lo que significa la Cruz, el mensaje de vida y para la vida, el reverso luminoso de la Cruz, el seguimiento de la Luz. 

Si no eres capaz de distinguir esas dos partes, la material y la espiritual, de nada te sirve llevar una cruz al cuello u honrarla en la iglesia. Y la traicionas cuando te haces fabricar amuletos de oro y piedras preciosas en forma de cruz. 

Me asustan esos santos con nombres truculentos y penitencias estrambóticas. No me atraen nada esas Congregaciones con nombres penitenciales y sangrientos. Comprendo que fue el fruto de otras épocas. Pero cuánta afición al dolor, al sacrificio, a la sombra de la cruz, a la herramienta de tortura hemos cultivado en nuestra católica historia. Y cuánta memoria seguimos haciendo por irreflexiva inercia. 

Los católicos que siempre hemos defendido el "derecho natural", en este tema vamos "contra natura": morir en vez de vivir, sufrir en vez de gozar, hundirnos en vez de levantarnos, cargar pesados fardos en vez de construir alas.

Me enamoran esos cristianos de carcajada fácil, de permanente sonrisa. Los que besan, abrazan y siembran alegría por donde caminan. Me atraen los santos ordinarios, de vida normal y oración profunda. 

Me hacen sonrojarme, con profunda admiración, los santos que no buscan cruces sino que socorren a los crucificados. Que no se provocan sufrimientos sino que amparan a los que sufren. Que no hacen ayunos innecesarios sino que intentan paliar los ayunos forzados de otros. 

Me encandilan quienes cultivan su fuerza, su salud, su equilibrio, sus dones, para ponerlos a disposición de quienes los necesitan.

Que me perdonen los muy piadosos y crédulos, pero no puedo creer en los "estigmas" de ningún santo, por mucha fama de santidad que acumulen. Creo que algo parecido le pasaba a Juan XXIII. Dios no puede herir, es contrario a su naturaleza. Dios cura, nunca hiere. 

Dios es Amor, es el Bien, el puro y absoluto Bien. Jamás nos podrá llagar, herir o causar dolor. Eso viene del mal, de la cizaña sembrada en el mundo por nuestra propia idiotez, por nuestra adicción a la ceguera.

Sé que hay dolores inexplicables que tenemos que "aceptar" si no podemos evitarlos. Pero jamás son obra de Dios, aunque pueden ser camino que nos acerque a Él, como la miseria y el hambre del hijo pródigo (causados por sus erradas decisiones). 

Sí creo en los efectos somáticos de las obsesiones sicológicas, sobre todo en personas con una sensibilidad y siquismo desbordados. La obsesión por el dolor de la cruz ha sido muy usual en nuestra religión. Hay que despertar y combatir ese inhumano "masoquismo religioso", esa obsesiva fijación seudoreligiosa. 

Las úlceras de estomago, por ejemplo, suelen ser una consecuencia somática de problemas sicológicos. Muchas enfermedades tienen su origen en la sensibilidad, en la mente, en nuestros subjetivismos, en nuestras obsesiones. ¿Alguien le atribuirá a la voluntad de Dios esos efectos corporales? 

El principal argumento usado para esa obsesión por la cruz (por el dolor, la autoagresión, el sacrificio innecesario, el ayuno, las "santas aberraciones") ha sido el manipulado y repetido texto evangélico: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame" (Mc 8,34). Sin embargo, es muy probable que la palabra "cruz" sea mera aportación del evangelista. Aunque eso tendría poca importancia. 

Lo importante es la interpretación que damos a esa "cruz", suponiendo que el Señor la mencionase. No se refiere al dolor, al sufrimiento, a la muerte prematura. Se refiere al "esfuerzo", "coraje", "voluntad" y "determinación" del seguimiento. 

Y de eso SÍ necesitamos mucho, porque las corrientes del "ambiente humano y material" nos pueden arrastrar hasta abismos de maldad insospechados. No se puede abandonar el "sentido común" a la hora de interpretar los textos bíblicos. 

De hecho, esas personas que llamamos "endemoniadas" no son más que el resultado de desequilibrios síquicos profundos o de una adhesión habitual al mal o de ambas cosas. Llega un momento en que uno se mete tanto en la ciénaga que no puede salir y se debate en estertores de muerte. Pero de ninguna manera existe un "demonio" que pueda poseer oculta y secretamente a un hijo de Dios. 

Lo que existe en el mundo es el mal, el error, la perversión, la prepotencia, la ambición, las pasiones incontroladas, el hedor de la materia, las "cruces"..., fruto de nuestra "limitación""libertad errada". Todo eso sí puede hundir a un ser humano. 

Es urgente que los católicos abandonemos tanto mito religioso, y nos abramos al "sentido común" de que Dios nos ha dotado, a la alegría del Camino.

Y, os lo aseguro, nada hay tan racional como la existencia de Dios y sus leyes naturales inscritas en el corazón humano. 

¡Nunca más, nunca más! Ese grito de Cristo -literal o implícito- al terminar su misión y su vida debería mantenernos despiertos y alerta. 

Aunque ya sabemos que pueden alcanzarnos las fuerzas del mal y convertirnos en mártires. Pero precisamente esa es la injusticia a la que debemos oponernos y tratar de evitar, para nosotros y para los demás.



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