domingo, 20 de septiembre de 2020

Las pruebas divinas (O la mentira del "dios fantasmón")



No pude dejar de oír este comentario: "Son las pruebas que Dios nos manda. Primero tu operación de hernia. Después el ataque de ese feligrés agresivo que te pateó. Son pruebas para hacerte mejor".

Lo decía una joven, abogada, miembro de un movimiento neoconservador, para consolar a un anciano frailecillo lego. 

¡Pues vaya consuelo! ¡Qué peligro acercarse a ese "dios de las zancadillas"! Se me puso la carne de gallina y me mordí la lengua para no estallar.

Creí que esta filosofía barata ya no se estilaba en nuestra Iglesia; que ya habíamos aprendido a leer el Evangelio y la vida. 

Para mi sorpresa y abatimiento, este episodio real se ha quedado cortísimo con la aparición de la pandemia que sufrimos. Muchos católicos y curas, de más o menos graduación, hablan de "prueba" e incluso de "castigo". ¡Pero en qué "dios bárbaro" cree esta gente! (¿Dios mío, Dios mío, por qué en tu Iglesia se cultivan ídolos crueles, despreciando el mensaje y al Mensajero?). 

¡Mataron a Jesús. Como no podemos volver a matarlo, matamos a su Abba! Y nos creemos muy religiosos porque musitamos oraciones sin sentido. 

Y es que el devenir de la "historia eclesial" nos ha llevado a construir una enorme "torre doctrinaria" sumando errores a otros anteriores. Ese sistema de construcción, sin rectificación, lo han congelado y divinizado en la "santa tradición" y la "sagrada escritura". ¡A quien ose revisar y rectificar, al baúl de los herejes! Olvidamos, por decreto, que fuimos creados "inteligentes y libres" y negamos de hecho la evidente "esencia evolutiva del ser humano". De paso, rechazamos que Cristo nos trajo la libertad: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres " (Gal 5,1). Lo eclesial y obligatorio es obedecer sin pensar. 


Digo todo esto porque este rancio pensamiento de las "pruebas y castigos" tiene su raíz en la teoría anselmiana de la cruz, querida y enviada por el Padre sobre el Hijo, para expiar nuestros pecados.

Recogiendo así la "interpretación literal" de los primeros apóstoles -Pablo sobre todo- que no pudieron liberarse de su "ideología judía" para encajar los dramáticos hechos de la pasión y muerte.

Por desgracia, este error de partida se ha "divinizado", considerándolo revelación divina indiscutible, y perdura hasta hoy en la mayoría de los creyentes. 

No nos han enseñado a liberarnos de las "caricaturas divinas" del AT, más bien las siguen proclamando desde el ambón con total solemnidad e impudicia. Caminamos como "reata de borricos" tras unos clérigos esclerotizados, auto referenciales, endogámicos y prepotentes. 

No es de extrañar que, en un mundo más culto, más intelectual y más liberal, muchísimos abandonen esa recua absurda, que algunos llaman "catolicismo cultural". ¿Por qué eres católico? Porque es lo que me rodea y fue la fe de mis padres y mis abuelos. A eso lo podemos llamar "fe cultural" (¿Dónde va Vicente? Donde va la gente) y "fe clerical" (yo lo que me diga el cura), pero no "fe cristiana".

 

Las "pruebas divinas", según esos antecedentes, serían como amargas recetas para expiar nuestros pecados y hacer méritos. O, como dicen algunos todavía, son signos de la predilección de Dios que quiere purificarte y elevarte a mayores cimas de santidad. 

Con esta aberrante doctrina hemos llegado a asegurar que, a algunos privilegiados, se les imprimen las llagas de Cristo, como signo inequívoco de privilegio y santidad. Cuando, en realidad y racionalidad, son "efectos sicosomáticos" de desequilibrios emocionales. Lo que no impide que el estigmatizado llegue a ser santo, aún con sus desequilibrios a cuestas. 

Es decir, seguimos con la pegajosa teoría de la "expiación judaica"[1]. El Padre, según eso, nos sigue enviando cruces para "probarnos" y "acrisolarnos como oro" en el crisol del dolor. Él es la "causa" de nuestras desgracias por voluntad explícita o permisiva. Nosotros solo somos los sufridores. Todo nos viene de arriba. Por tanto, NO son nuestros actos, actitudes o limitada naturaleza la "causa" de nuestros sufrimientos, sino la "voluntad divina". 


De ahí se deriva también que el "dolor o sacrificio voluntario" es muy grato a los ojos de Dios y con él podemos convertir pecadores o conseguir favores. ¡Pobres de nosotros, qué monstruosa doctrina, que se ha predicado y divulgado hasta la saciedad! 

La conclusión lógica de estas doctrinas es: Dios es un "ogro que se alimenta de dolor y sangre". (¡Dios mío, Dios mío, cómo hemos podido caer tan bajo!). 

Me viene a la memoria la historia que contó una simpática extremeña en un coloquio parroquial. Se desahogaba -nos decía- con una cuñada monja y le contaba sus muchos problemas. Ni corta ni perezosa, la fervorosa monja le espetó a guisa de inefable consuelo: "Hija mía, eso es que Dios te quiere mucho, por eso te hace sufrir". Y la extremeña con su gracejo natural y mucho sentido común le respondió: "¡Pues que no me quiera tanto y se olvide un poco de mí!". La respuesta es de pura lógica.


Un similar movimiento de escape es lo que ha llevado a muchos a huir de Dios en nuestros días. ¡No hay quien soporte a un "dios mortificador"!

 Y es que en nuestra Iglesia -hay que decirlo con mucho amor, dolor y rotundidad- persiste un asfixiante olor a naftalina, sobre todo en algunos sectores, preferidos -al parecer- por las jerarquías. Es urgente abrir puertas y ventanas para que el Espíritu nos inunde con su siempre novedosa y vitalizante atmósfera. 

¡Dios no prueba a nadie, ni castiga a nadie, ni envía sufrimientos a sus elegidos! Eso es una chapucera imaginación humana que nos entorpece el encuentro con el Dios real y verdadero: el Dios Amor. 

Nos han creado para la felicidad, ahora y después. La Creación no tendría sentido sin ese principio. El Hijo nos devolvió el mapa de la felicidad que habíamos extraviado. Y el mismísimo Dios Creador nos acompaña todos los días y a todas las horas desde dentro, para llenar nuestras vidas de auroras y gozos inexplicables, aún en medio de la fragilidad y dolor humanos.


¿Quién puede imaginar a los padres poniendo ratoneras en el salón de su casa para que sus hijos aprendan a evitarlas, a fortalecerse con el golpe y a expiar sus torpezas? 

¿O quién abre agujeros debajo de la alfombra para que sus hijos aprendan a no hundirse o se hundan y espabilen? 

¡Cómo podemos aplicarle a Dios actitudes e intenciones que jamás tendríamos con nuestros hijos! Es más, ni siquiera con nuestros enemigos. Cómo me interpelan, una y otra vez, aquellas palabras: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre celestial…" (Mt 7,11). 

¡Qué imágenes tan monstruosas le hemos colgado a nuestro Dios! Ni que lo hubiéramos hecho adrede para sembrar terror. ¿Pero quién puede amar a un "dios fantasmón" que te amenaza con "meterte un fuego bajo el hígado"? Y seguimos -por ejemplo- leyendo impertérritos en nuestras iglesias la supuesta exigencia a Abrahán de sacrificar a su hijo Isaac… ¿Dónde están los nuevos exegetas y evangelizadores? ¡Por favor, por favor, que vengan pronto! 


La vida, en mi opinión, es un laberinto. Pero NO porque Dios nos haya querido poner en él para probar nuestras habilidades en una carrera de obstáculos. ¡De ninguna manera! 

Él nos ha inscrito el mapa de la felicidad en el corazón: "pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jer 31,33). 

Somos nosotros los que con nuestra "limitación" retorcemos los caminos y nos metemos en sendas sin salida. Nuestros errores son los que van construyendo ese laberinto tan personalizado y movedizo. Menos mal que las luces interiores, la experiencia -la vida, decimos- y la ayuda de otros nos devuelven al camino correcto. 


Es la mano del Padre que, una y otra vez con infinita paciencia, nos muestra la salida del atasco. Nuestro "laberinto vital" siempre tiene escapes hacia el buen camino. Siempre cabe rectificar, como el hijo pródigo. También la Iglesia, como comunidad, debería aprender a rectificar sin tanto miedo a perder las esencias o la clientela. 

La causa de nuestros dolores es nuestra "libertad" errada y nuestra "limitación" olvidada. En esa "limitación" se incluye nuestra "naturaleza evolutiva y perfectible". Nacemos totalmente incapaces y débiles, pero con dones divinos como la "inteligencia, la voluntad y la libertad". 

La conquista de nuestra "humanidad madura" será misión de toda la vida. Claro que encontraremos obstáculos, los derivados de un mundo imperfecto y los que nos ponemos nosotros mismos, los otros y el ambiente en que vivimos. Es un camino que necesita "constancia, lucidez y esfuerzo". Esa es la "cruz del seguimiento" que menciona el Evangelio y NO los absurdos sacrificios postizos que nos han predicado o impuesto.


¡No, de ninguna manera, Dios NUNCA nos prueba! Sencillamente nos ama, nos quiere felices y nos cura las heridas cuando metemos la pata o nos alcanza la injusticia de otros. ¡Qué fácil hubiera sido crearnos como abejas, guiadas sin error posible por el instinto e incluso fabricando un bien tan dulce! 

Pero nos quiso superiores, "a su imagen y semejanza", y eso conlleva usar nuestros dones y dejarnos impulsar por nuestro imponente "dinamismo de crecimiento", que muchos desprecian al dejarse rodar. 

Hay instaurada, incluso, una "piedad irracional" que preconiza que hay que "abandonarse en las manos de Dios". Error garrafal. Dios ya te ha dado las herramientas para que trabajes y te ha señalado el camino de tu prosperidad. Enterrar el talento no es una opción cristiana. 

Abandonarse solo cuando has llegado al límite de tu trabajo y tus fuerzas. En realidad no es abandonarse, sino saber y experimentar que Dios te abraza en todo momento, cuando te esfuerzas y cuando te agotas. "No os dejaré abandonados nunca" (Jn 14,18). ¡Qué enorme consuelo, para nuestra fragilidad, tan dulce, fuerte y luminosa compañía! ¡Qué gozo para quien, de verdad, busca trabajar en la luz y el orden! 

Cuando "no usamos o mal usamos" esos dones superiores nos autodestruimos, a veces muy lentamente. ¿Cómo podemos echarle la culpa a Dios? ¿Acaso el sol causa la ceguera de quien se empeña en vivir en la oscuridad de la caverna?

 

Pero, como eres "libre", puedes renunciar a tu humanidad para convertirte en bestia irracional guiada por los instintos animales. E incluso optar, con "falsa piedad", a abandonarte en las manos de Dios y Él proveerá. (Fíjate en la aberración del cuadro adjunto. Te está diciendo que entierres el talento y no pienses ni decidas). 

Entonces no eches la culpa a Dios de tus desgracias, ni digas que te pone zancadillas y te prueba con socavones. Tú eres el "administrador inteligente" de tu vida, tú eliges dónde vas y cómo quieres conseguirlo. Aún dentro de la limitación del mundo en que vivimos. 

¡Olvídate de las caricaturas divinas del AT, de las iras, los castigos, los sacrificios y las expiaciones! Olvídate de los predicadores necios. Tú eres el gobernador de tu vida. Dios ya te lo dio todo para que cultives sus dones con autonomía y libertad. ¡Si lo dice claramente el Evangelio! 

No hace falta pedir nada, sino administrar lo que has recibido. La compañía, la fuerza y las inspiración no te faltarán. Las llevas dentro de ti. Nadie te amenaza, ni te prueba, ni te castiga. Lo que llevas dentro es solo amor y luz. A vivirlo y acrecerlo estás llamado.

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8 comentarios:

vallas74 dijo...

Clarísimo, Jairo!! Cuesta mucho convencer a quienes hace mucho que "militan" en el "Pueblo Fiel" que están autorizados por el Creador a utilizar su inteligencia para orientar sus decisiones...

Pedro dijo...

¡Excelente, Jairo! Sigue en la línea...
Pedro

Anónimo dijo...

Bravo!!!

Marià Moreno dijo...

Bravo!!!

Antonio Manuel dijo...

Me veo como "extraño" porque no soy de los que aplauden y vitorean a Jairo, diga lo que éste diga. No hay más reflexión, ni se dice qué es lo que le mueve al aplauso... en fin.
Como siempre, Jairo dibuja la caricatura y a continuación la critica, la extrapola, ... y la repite intensamente para dar la apariencia de que él solo tiene la razón.
Los cristianos saben bien que el juicio temerario sobre la conciencia de los demás es una actitud de soberbia y con "todos los papeles" de equivocarse.
Cada cristiano se acerca a Dios según su entender. Para juzgar a los demás, Jesús nos indica el camino: "Quítate la viga de tu ojo, y así podrás ver con claridad la paja en el de tu hermano"...

regue dijo...

Jairo te ha quedado redondo, ni tan largo como me decías. Me recordó la anécdota (supongo que inventada por algún comentarista) de Sta Teresa cuando Dios le dice: "Teresa yo pruebo a mis amigos" y ella responde "por eso tienes tan pocos", Y sigo diciendo que haces una gran labor compartiendo tu vivencia y tus intuiciones con quien quiera leerlas y reflexionarlas y a partir de ahí continuar su búsqueda; y el que no quiera o no le guste que continúe su camino. Un abrazo

Antonio Llaguno dijo...

Me temo que yo soy de esos que Antonio Manuel dice que aplauden a Jairo sin explicar por qué (como si AM fuera tan importante como para exigir explicación) pero es que es uno de los mejores artículos que le he leido a nuestro amigo del Agua.
El otro día, en twiter, leí a quienes se autodeterminan devotos de ¿"El Santo Cura de Ars"? diciendo a quien quisiera oirles que los problemas que tenemos se producen por ausencia de mortificación.
Como si Dios fuera un sádico que desde su inalcanzable monte está gozando embobado con cada latigazo que nos damos o cada cilicio que nos apretamos.
Sí, AM, esto es una caricatura de Dios. Pero es el Dios del que nos hablan contínuamente clérigos y católicos bienpensantes que, generañlmente, lo que pretenden es que seamos todos iguales en nuestras miserias y no en nuestras alegrías.
Yo no escribo tan bien como Jairo perocreo que además, esta "teología del sufrimiento" tiene como consecuencia una realidad palmaria y es lo poco que los cristianos nos sentimos responsables del sufrimiento ageno, sin darnos cuenta de que la única posibilidad que él tiene de evitar ese sufrimiento a cualquiera de nosotros, es que conmovidos por la cruz de Cristo y el Amor del Padre, seamos nosotros los que evitemos el sufrimiento de ese hermano.
Eso quiere decir la bienaventuranza de "Bienaventurados los que sufren": sed dichosos porque los seguidoeres de mi Hijo, los cristianos, se van a dejar las pestañas en evitar que sufras.
Ese es el camino, la verdad y la vida; y ese es el único sentido de la Cruz (que sin ésto, es un puto potro de tortura). La cruz es el destino de quienes luchan por la justicia y por eliminar el sufrimirnto del prójimo. Y eso quiere decir Cristo con toma tu cruz y sigueme: Es decir, haz como yo. Libera a tu prójimo de sufrimiento aunque te cueste la muerte y una muerte de cruz.
Pero es mucho más fácil echarle la culpa a Dios.

Anónimo dijo...

Siempre me imaginé a Dios diciéndonos: "aquí tienen;
les hice esta hermosa creación. Pero: CUIDADO QUE SE ROMPE."

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