Los muertos que te duelen son
aquellos con los que tienes un vínculo de afecto, muy particular o generalizado por tu compasión
humana.
La separación definitiva de ese "ser querido" es lo que duele. A la "aceptación y cura" de ese dolor lo llamamos duelo.
Es ancestral el "culto a los muertos" y la
arqueología lo ha demostrado con creces. Es el intento de conservar los vínculos con el que se
fue. La raíz de esa reacción humana ante la muerte está en el amor (esencia del
hombre).
Por eso nos preocupa si sufrió o no, si estaba
acompañado y asistido, dónde y cómo murió. Por eso queremos estar, ver,
acompañar, tocar, despedir… Algo que a tantísimos miles de personas se les está
negando en estos días.
En nuestro corazón el silencioso
deseo de que todo sea o haya sido como lo hubiéramos querido para nosotros. Es la expresión más cristiana del amor: "amar al
prójimo como a uno mismo".
¿Y cómo es el "culto a los muertos" en
nuestra práctica católica?
Pues paradójicamente al revés, echando sal en la herida: Cargamos al muerto de
cadenas, deudas y pecados para convertirnos en "salvadores", que pagan por su rescate, y así sentirnos
aliviados. Es decir, acudimos a "ritos
funerarios externos" que, según la ideología que nos inculcaron, son
remedio santo para aliviar al muerto. Y a los vivos sufrientes que los zurzan,
que se conformen con el rito y paguen.
La fuerza real de un funeral (de
cualquier religión) es el "acompañamiento"
a los vivos y las "muestras de
afecto". Es el "acto social y fraterno" lo
que vale, el rito no vale nada, solo es el motivo para coincidir con los que
lloran.
Es decir, la respuesta religiosa
ante la muerte no solo es insuficiente y desenfocada, además es incoherente. Se limita a "pedir a Dios" que sea bueno con el muerto y le
proporcione la paz cuanto antes. Lo que es absurdo, porque Dios no puede ser
más que Bondad y Paz infinitas. Es tanto como pedirle a la luz que ilumine.
Se perdió la ocasión de ocuparse
de los vivos, de consolar su
llanto, de reconocer la "presencia
silenciosa del Abba de Jesús" abrazando a los sufrientes como ya ha
abrazado al que pasó a la eternidad. Él sí estuvo presente en su lecho de
muerte y en todo momento. Puedes relajar tu ansiedad y el dolor de tu ausencia
en el último suspiro: Estuvo siempre acompañado y amado.
Se perdió la ocasión de
recordarnos que ante el "misterio de
la muerte" no cabe más que ACEPTAR nuestra limitación, nuestro "no saber". No se nos ha revelado cómo es el desembarco.
Solo sabemos -por revelación y certeza interior- el destino: Amor Infinito en
el que "somos,
nos movemos y existimos" (He 17,28), también tras la vida física.
Hay demasiada ficción novelada y
siniestra imaginación sobre la muerte y los muertos. Todos los cuentos míticos sobre purgatorios e
infiernos son incoherentes con el Abba revelado por Cristo. Lo único que
sabemos es que no sabemos nada sobre el viaje al otro lado y los horizontes
luminosos de la eternidad. Nadie volvió para contarlo. Y las llamadas
apariciones y revelaciones particulares no son más que proyecciones de lo que
esas personas ya tenían dentro por aprendizaje o imaginación.
El gran consuelo para los que
sufren es la SEGURIDAD de la ESPERANZA que mana del Padre amante del que nos fiamos por fe y experiencia
interior. Pero nuestros ritos funerarios discurren por la incoherencia de la "obsesión por los pecados y la
necesidad de expiarlos", herencia del judaísmo que no hemos conseguido
superar. Por eso insisten en pedir y pedir perdón y un buen destino para el
viajero, a quien ya abrazó el Padre en la "Estación
Termini".
Quienes hablan de los "méritos de Cristo", aplicados
en la Misa al rescate del muerto, no saben lo que es amor. Hablan teóricamente del amor divino, su
misericordia, su ternura… Y olvidan su esencia: la GRATUIDAD, sin la cual NO
hay verdadero amor.
Por eso sobran las indulgencias (qué pretensión tan
necia de "ser como dioses"),
los sufragios, responsos, sacrificios y expiaciones que nos hemos inventado
para minorar el temor ante un justiciero "jefecillo
tribal", figura humanoide a la que hemos reducido al Abba.
Si crees que me equivoco, cógete el Evangelio y relee
pasajes como los de la "adúltera", el "hijo pródigo", la "oveja
perdida", el "perdón a los enemigos", etc. Y
escucha a Pablo: "Hermanos,
no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis
como los que no tienen esperanza…" (1Tes 4,13).
No, no hay que preocuparse por
los muertos. Pasado el umbral
de la eternidad ya están en brazos de la Misericordia y la Paz. No hay
oraciones ni rescates que aplicar y muchísimo menos si son de pago (puro pecado
de simonía).
Son los vivos, son las personas
que sufren las que nos deben preocupar. ¿Y qué mejor remedio para el dolor que saber que tu
ser querido ya llegó a la resurrección y la paz?
Los funerales deberían ser para
los "vivos" que sufren el
desgarro de la despedida,
sobre todo si fue inesperada. El apoyo firme sería la ESPERANZA cierta que
acabo de describir.
Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte,
para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua, el paso a la
tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia
reparadora. Los que mueren, mueren
para vivir.
¿Podemos hacer algo por los
difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? La
respuesta es un rotundo NO. La eternidad es inalcanzable para nosotros y ellos
tampoco pueden alcanzarnos porque viven en el Amor Infinito que no necesita
influencias ni intermediarios porque lo llena todo con su Plenitud.
Las "preces"
por los difuntos y la mayoría de nuestras "oraciones
de petición" no son más que un intento infantil de alumbrar con
linternitas el sol o las estrellas.
La acción de los difuntos sobre
nosotros se reduce a la "vida de
ellos" que permanece en nosotros. El único y universal remedio, lo que realmente puedes
hacer "aquí y ahora" es: "Vencer el
mal con abundancia de bien" (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que
partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida.
Te propongo estos tres avances como los tres efectos
de un funeral cristiano:
1. Rectificar los malos
funcionamientos que heredaste,
muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concienciarlos.
2. Perdonar, perdonar de corazón
las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu
perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas.
Y recuerda: Perdonar NO es apretar los dientes y
olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender y desistir de vengarte
(hay terribles venganzas sicológicas contra los muertos). Comprendiendo tu
propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación
de los que te hirieron y se fueron sin aliviar tus heridas.
3. Imitar el buen ejemplo que te
dejaron. Es la mejor forma de
amar y honrar a tus difuntos. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para
sentirnos orando "CON ellos",
pero NO "POR ellos", para
seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concienciar que pertenecen
a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
Amar es admirar y admirar nos
lleva a imitar lo que admiramos.
Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya
tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.
La "presencia
interior" de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso
que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los
muertos.
¿Qué admiraste y qué sigues
amando en tus difuntos? Si no
hay amor, solo queda sensiblería, obligación mental o rutina externa. Nada de
su "vida" te ha quedado,
solo recuerdos muertos.
Si lo que te queda es amor, es
un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han
desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a
las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no los necesitan.
Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches
bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y
despliegues todos tus dones. ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente
eficaz! Lo otro, los negocios clericales y el "dios negociador", son pura idolatría.
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3 comentarios:
Buenos días amigo Jairo y todos los que este humilde escrito lean. Me ha impresionado tu escrito de hoy, es algo que yo he vivido muy de cerca y desde que era muy pequeño, y esa forma de vivir la muerte de seres queridos, me han causado alguna que otra enemistad y la etiqueta de que estaba un poco loco.
Mi padre murió en mis brazos cuando yo tenía 12 años, el estaba muy enfermo y murió en muy malas condiciones, estábamos en casa, una situación dura para un niño de 12 años, pues viví todo el proceso posterior a su muerte y mi madre que era una persona aparte de muy buena, muy sabia, me pregunto si quería ir al cementerio, y yo le dije que no y me fui con mis primos a su casa, era lo que mi madre quería, sin embargo me lo preguntó. Mi madre murió cuando yo tenía 19 años, un error médico, una mala cirugía y al día siguiente murió. Unos minutos antes de su muerte cantamos juntos una canción. Nunca he recordado la canción que cantamos, era algo inconexo pero yo la seguía a ella con esa melodía, algunas veces me despierto con la sensación de haberla cantado, pero nunca la recuerdo. Después estuve con mis hermanos en el hospital, no quise verla muerta en la caja, tenía el recuerdo de su canción en mi corazón como un susurro. No fui a su funeral, mis hermanos medio me comprendieron, pero mis cuñadas jamas me lo perdonaron, yo tenía 19 años y sabia que eramos finitos y que allí nada había, ni en esa caja , ni el cementerio , mi canción aunque no la recordaba ni la recuerdo esta arraigada a mi corazón. Estas navidades el día 22 de Diciembre murió un hermano, mi hijo me convenció para que fuéramos al funeral " había que cumplir" yo tenía una relación con mi hermano, en la distancia, pero un poco cómplice, el tenía algo de alzheimer y la verdad es que cuando nos veíamos nos reíamos mucho. Vivíamos lejos y nos veíamos poco pero estábamos siempre en contacto. Ahí si fui al funeral, aunque no quise verlo muerto, ni lo acompañé a enterrarlo, lo que ocurrió fue que tuve una larga conversación con mi otro hermano su mujer y mi hijo, me entendieron parece y hubo reconciliación.Con mi otra cuñada parece que no , porque ella trasladó su animadversión hacia mi a sus hijos, mis sobrinos. Cuando terminamos la conversación mi hijo quiso ir a la tumba de sus abuelos, lo acompañe, era la primera vez que iba, conocí donde estaban enterrados mis padres con 60 años.
El día 3 de Enero, murió mi suegra, se acostó el día 2 después de pasar el día en casa, vivimos pared con pared, y el día 3 no respondía. Tuvo un derrame cerebral que ella ni noto. Murió como vivió haciendo el bien y sin molestar a nadie. Mi mujer y ella estaban muy unidas, y para mi mujer esta siendo un duelo muy complicado, las dos tenían puestas muchas cosas la una en la otra. Tengo una hija de 9 años y estaba asustada y me quedé con ella a pesar de los cientos de ofrecimientos que tenía para llevar a la niña a un sitio a otro. Ella quería estar conmigo y mi mujer estaba totalmente de acuerdo.
Mi suegra era muy activa con la parroquia y de misa diaria. Todavía tengo en mi cuello las miradas de todos los piadosos de la parroquia. No quiero alargar mas, mis experiencias con la muerte así han sido y yo cada vez que muere alguien querido me da mucha paz. Creo y he creído desde siempre que nuestra estancia aquí en la tierra es pasajera y que ya estábamos en el proyecto del Padre desde antes de ser concebidos y que es ahí donde volvemos . Ni mas ni Menos.
Abrazos para todos, perdonadme que a muchos nada les interesará mi vida. Pero tenía necesidad de explicar mi relación con la muerte. Y es que si no fuéramos finitos, en esta tierra y esto no fuera una escuela, tampoco seríamos libres.
Quizá por eso entienda muy bien lo que dices querido Jairo
Soy Antonio Manuel : Los comentarios desparecen. Lo he hecho por dos veces. Están un tiempo y luego desaparecen del blog.
(éste lo envío como anónimo, porque observo que si pongo una dirección de correo, la da como no válida. La que facilito es correcta.)
…sentado al lado del cofre donde reposan los restos de mi amiga Nené, reflexionaba sobre este destino que nos es común a todos los vivientes y también a nuestras obras: ir transformando energía que tomamos de la Tierra en energía que irradiamos a quienes nos rodean…
Tomamos alimentos que nos permiten vivir y alimentos que nos alegran…
Incorporamos combustible y reservas…
Disfrutamos de colores, aromas y sabores que, además, nos incorporan esa energía que se gasta o almacena…
Irradiamos una personalidad que nos identifica frente a los demás… Con una imagen que va cambiando con el tiempo, con un tono de voz que cambiará con nuestro estado de ánimo y también con el tiempo, con una posición filosófica respecto de temas vitales que permitirá, a¬ quienes nos acompañan, tener una referencia de qué pueden esperar de nosotros en cada situación…
Y toda esa comunicación con el entorno se corta en el momento de la muerte…
Y, sentado al lado del cofre, pensaba qué reposaba, de todo eso, dentro del cofre…
No estaba allí la imagen más linda que recordaba de Nené… La veo hace muchos años en Pehuen Có, con su dos piezas a cuadritos blancos y celestes… La veo en sus primeras armas de ama de casa… Tampoco estaba allí su carácter aguerrido cuando se trataba de defender a Julio… Ni su amorosa dedicación a hijos y nietos… Ni su manera de plantarse frente a los problemas…
Qué había, entonces…? Sólo la herramienta con que Nené transformaba la energía tomada de la Tierra…gastada e inservible…irrecuperable…
Todo lo que Nené irradió, comunicó, compartió, está con nosotros.
Y el programa con que movió su herramienta, está en la Biblioteca del Señor…
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