miércoles, 8 de enero de 2020

Mi Dios amante y amado I - Pecado original y Bautismo.


Hablando con Abba de "pecado original""bautismo"
  
"El bautismo no perdona nada, ni nada tiene que ser perdonado.
Es una solemne adhesión y promesa de seguimiento"


¿Qué hemos hecho, mi Dios, contigo? ¿Hasta dónde hemos embarrado tu verdadero rostro? Nos sembraste el camino de pan. Pero no lo hemos utilizado para las urgencias del hambre. Lo hemos endurecido, desecado y guardado. Ni se nos ocurre masticarlo y digerirlo, no, porque nos dijeron que era "palabra de Dios" y por tanto intocable.

Solo unos privilegiados clérigos pueden moldearla y difundirla una vez endurecida para que no se deforme ("el hombre para la palabra y NO la palabra para el hombre"). Así nos hemos alejado de la luz a cambio de la seguridad de agarrarnos a la farola, muchas veces herrumbrosa, abollada e inservible. 

En el comienzo te hemos pintado ya como un "creador despiadado", capaz de desterrar a sus primeras criaturas por un pecado, un solo pecado ("Y los expulsó del paraíso" - Gen 3,23).

Y no nos ha bastado. Eres además "vengativo, rencoroso e inmisericorde" porque "castigas la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y cuarta generación" (Ex 34,7 y otros). ¡Qué digo! ¡Hasta nuestros días sigues castigando porque nacemos con la marca del destierro, el desdichado "pecado original"!

Te hemos convertido en un "dios aborrecible" -por eso tantos te huyen y te niegan- en vez de darnos cuenta de nuestra realidad, de nuestra "limitación original". Sin ese auto conocimiento es imposible empezar a desarrollarnos y salir del pozo de las ambiciones fatuas ("seréis como dioses" - Gen 3,5). Quizás era tan solo eso lo que querías advertirnos. Sin embargo hemos interpretado que no admites ofensas, porque las castigas furibundo con el destierro a toda la humanidad.

Tampoco nos hemos percatado de tu mensaje sobre nuestra "influenciable libertad". Seguimos actuando como si el privilegio de la libertad fuera total, como si fuésemos omniscientes y omnipotentes. No somos conscientes del condicionamiento de nuestra materia, de nuestros "apetitos animales" ("Entonces la mujer cayó en la cuenta de que el árbol tentaba el apetito" - Gen 3,6).

Y, en consecuencia, despreciamos los riesgos de dejarnos aconsejar por nuestra animalidad ("La serpiente era el animal más astuto..." - Gen 3,1). No entiendo por qué hemos identificado la serpiente con "un inexistente demonio tentador" en vez de con nuestra cercana e insinuante animalidad y nuestra manipulable egolatría.

Tampoco nos hemos dado cuenta de la influencia del "ambiente" en que vivimos, de la sabiduría o necedad de las invitaciones de los otros ("Cogió fruta del árbol, comió y se la alargó a su marido que comió con ella" - Gen 3,6).

Así, abrazados a la farola de letras y sin abrirnos a la luz, hemos concluido que nos has desterrado de por vida, que eres un "dios cruel y fracasado", que desprecias a quienes has engendrado y los condenas sin piedad a vagar por la historia empecatados... Es la conclusión lógica de la primera lectura bíblica, escrita para otros y en otra realidad histórica. No hemos sabido evolucionar, ni leer tu rostro en el Evangelio.

No se nos ha ocurrido pensar que somos nosotros mismos quienes, conscientes de nuestra pequeñez, podemos elegir entre el destierro o tu regazo, entre la depravación animal o el desarrollo racional, limitado pero suficiente para identificar la Luz.

¿Cómo hemos podido despreciar la intuición profunda y cierta de que Tú siempre estás, que jamás nos expulsaste, ni te arrepentiste de habernos creado? La Escritura, roma y primitiva, solo nos advierte de nuestra doble condición y de la necesidad de distinguir lo que nos construye de lo que nos destruye.

El Génesis relata un mito ancestral. Pero leyendo entre líneas podemos ver el dilema de nuestra historia personal, concreta y actual: Podemos desterrarnos o podemos germinar en tu regazo, nuestro auténtico paraíso.

Para eso, lo primero es descubrir quienes somos, darnos cuenta de nuestras enormes posibilidades. Porque somos, sí, casi dioses, amasados a "tu imagen y semejanza", creados para "crecer" y acercarnos a la plenitud divina.

Pero, al mismo tiempo, no podemos olvidar nuestra "limitación original", nuestra desnudez ("Se les abrieron los ojos y descubrieron que estaban desnudos" - Gen 3,7). Es imprescindible tener clara conciencia de nuestra desnudez para empezar a protegernos ("Entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron" - Gen 3,8).

¿Cómo somos tan necios para ver castigo, destierro y venganza donde no hay más que una mítica narración llamándonos al discernimiento, a no dejarnos engañar, a no exiliarnos de nosotros mismos, de nuestra sagrada condición humana?

Así, hemos llegado a la fatua conclusión de que un recién nacido ya lleva la condena del "pecado original" y necesita ser lavado, perdonado. Seguramente esta interpretación la han mantenido e impuesto quienes jamás engendraron un hijo, ni se miraron en sus ojos, ni le apretaron contra su corazón, ni alimentaron su vida con sacrificio y amor.

¡Qué ciegos hay que estar para imaginar y además imponer un "dios de larguísimo brazo" que se venga de todo nacido de mujer! Hemos ignorado la realidad esencial de nuestra "limitación original" y hemos exaltado el "pecado original", el inocente pecado de nacer humano. En la "limitación humana" no hay pecado. El pecado (el error) está en negarla o pretender eliminarla con agua.

Bendigo el bautismo cristiano, pero no como perdón de nada, sino como ADHESIÓN al Camino, la Verdad y la Vida que nos lleva a nuestra realización como seres humanos y, en consecuencia, a la felicidad. Esa adhesión es para los adultos "conversión" y por tanto lleva implícito el perdón. Para los niños es tan solo promesa, acogida en el regazo de tu Iglesia. ¡Si un padre se ilusiona al conseguir el carnet de su equipo para el recién nacido, cómo dejaré yo de introducir a mis hijos en el Camino que les hará humanos de verdad!

Hemos convertido el agua del bautismo en rito mágico que limpia donde no hay que limpiar y que salva lo que cada individuo ha de salvar con sus pasos hacia su personal realización humana.

El agua significa Vida, la vela encendida significa Verdad, la unción con oleo significa fortaleza para perseverar en el Camino en el que introducimos a nuestro pequeño. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Por ahí, junto a ti, quiero que vivan y mueran mis hijos. Por eso los he bautizado.

Sin embargo, hemos llegado al absurdo de tantos y tantos bautizados (a los que creemos "salvados") que carecen de ADHESIÓN, a los que sus padres y padrinos abandonan a su suerte al pie de la pila bautismal, a los que la Comunidad introduce en ritos y fiestas sin ADHESIÓN, sin enseñarles lo que es el Camino y cómo se camina con autonomía y libertad.

Por eso estoy aquí hoy, Señor, dolorido y lloroso. No solo porque te hemos colgado la mítica imagen de un "padre aborrecedor y cruel", sino porque nosotros nos seguimos auto aborreciendo y nos creemos salvados por "ritos externos" sin la imprescindible ADHESIÓN.

Nos llaman cristianos, nos inscriben en un libro oficial, nos dicen que se han borrado inexistentes pecados. Pero qué pocos han iniciado y se han mantenido en el camino de su humanización, de su realización. ¡Tu camino!


Confundidos por la letra del mito primero, nos sentimos pobres, pecadores y exiliados. Eso nos debilita enormemente, nos oculta el caudal inmenso de tus permanentes dones "sobre justos e injustos" (Mt 5,45).

No hemos comprendido todavía que  las falsas imágenes que nos hemos fabricado de Ti nos confunden y alejan. Que nos debilita y destruye ese "auto destierro", ese salirnos del paraíso de tu Presencia, de tu voz, de tu entrañable Paternidad, a la que nunca renunciaste ni jamás podrás renunciar.

¿Cómo hemos podido oscurecer tanto tu dulce y real Paternidad? ¿Cómo hemos leído tan rematadamente mal el cuento pedagógico sobre nuestra "limitación original" -que no pecado- y las consecuencias de soltarnos de tu mano?

Verdaderamente somos limitados y ciegos. Quizás más quienes profesamos una religión tan contaminada por tradicionales errores, aún cuando sinceramente te buscamos.

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3 comentarios:

Joaquín Gras, pbro dijo...

Una entrañable felicitación por esta reflexión, que gran verdad es lo que dices y cuanto bien nos hace a los sacerdotes escuchar de un laico estas reflexiones. Un fuerte abrazo, sigue así deshaciendo nudos teologicos que nos encorsetan.
Joaquín Gras, pbro

regue dijo...

Como ya te dije por email me has dado ideas para la homilía de este domingo. Me uno al comentario de Joaquín, necesitamos laicos con el corazón y la mente abiertas para deshacer nudos teológicos y recordarnos el Dios del que debemos ser testigos. Ánimo hermano un abrazo

Antonio Manuel dijo...

San Juan Pablo II, en 1993 decía en un discurso sobre la interpretación de la Biblia: "...La Biblia ejerce su influencia a lo largo de los siglos. Un proceso constante de actualización adapta la interpretación a la mentalidad y al lenguaje contemporáneos... por tanto es preciso volver a traducir constantemente el pensamiento bíblico al lenguaje contemporáneo... en cualquier caso la traducción ha de ser fiel al original y no puede forzar los textos para acomodarlos a una lectura o a un enfoque que esté de moda en un momento determinado. Hay que mostrar todo el resplandor de la palabra de Dios, aun cuando esté 'expresado en palabras humanas'..."
La homilía de los sacerdotes es muy importante para los asistentes a la misa y esa homilía ha de "brotar" desde el sacerdote como oración de invocación al Espíritu Santo:"...el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa..." (S. Juan 16,12-15)

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