lunes, 14 de febrero de 2022

Para ENCONTRAR hay que BUSCAR por el laberinto de la vida

 Instalarse y permanecer mirando atrás es un error  


Sin embargo nuestra Iglesia cultiva ese error "in secula seculorum". Las doctrinas, las prácticas religiosas, la liturgia, incluso la moral, son inmóviles y muchas veces absurdas. 

No hay que temer el salto a la libertad, al discernimiento y a la conciencia profunda, aún quebrantando la "prepotencia clerical" en que fuimos educados. 

¿El "boga mar adentro" (Lc 5,4) de Jesús no será una invitación contraria al inmovilismo? Y es que no hemos asumido el principio de la "evolución universal" de la creación. La vida vuela y evoluciona como un pájaro, mientras nuestra Iglesia -admitámoslo sin miedo- apenas se mueve como un paquidermo. 

A esa realidad de nuestra religión hay que añadir las "limitaciones humanas individuales", que deben ser asumidas con realismo y humildad.


Caminamos por el "laberinto de la vida" y no siempre en la misma dirección, aunque pertenezcamos a la misma religión. Mientras yo camino al norte puedo encontrarme con quienes van al sur o se bifurcan al este o al oeste. 

Eso no quiere decir que su objetivo sea opuesto, ni que unos tengan razón y los otros estén errados. Siempre que busquemos y no dejemos de caminar, nuestros pasos nos acercarán a la meta, a la salida, al objeto de nuestra búsqueda: "¿quiénes somos y adónde vamos?". 

La búsqueda, el hambre, el reconocernos pobres, es lo que nos une. Todos buscamos lo mismo, la felicidad actual y futura. Nuestro caminar por el laberinto depende de nuestras circunstancias, de nuestra formación, de nuestra capacidad de orientación, de nuestra maduración, lucidez, heridas, ritmo, fuerzas... 

También hay muchísima gente que quiere alcanzar el cielo y las estrellas metiéndose en los charcos de la vida, en las ciénagas putrefactas donde las ven reflejadas. Pagan muy caro su error y el precio de salida suele ser muy elevado, si lo consiguen... 

Todos buscamos lo mismo, pero no somos iguales. La realidad es que todos somos distintos, tenemos distinta personalidad y distintas circunstancias. No hay dos caras iguales, ni nuestras huellas coinciden. Exactamente lo mismo pasa con nuestro interior. 

Eso explica que nos crucemos con gente, que adelantemos a unos mientras otros nos superan, que unos vayan y otros vengan. Nos encontramos, coincidimos o disentimos, nos alentamos, nos acompañamos o nos despedimos.

Lo importante es no entorpecernos, no juzgar, no pararnos, animarnos mutuamente en la búsqueda. Lo dice claramente el Evangelio "no juzguéis y no seréis juzgados" (Mt 7,11). Cuántos juicios vanos, frívolos, malévolos, hirientes, ignorantes... Incluso entre los que nos llamamos hermanos. La misma "sed interior" nos llevará a la única Fuente. Esa es, para mí, la verdadera UNIDAD en la diversidad e, incluso, en el contraste. 

Suelo escribir del Amor y por amor a mi Pueblo. Intento ILUMINAR desde el punto al que he llegado. Procuro no separarme de la "racionalidad" y la "coherencia", únicas herramientas que Dios nos ha dado para buscar, orientarnos y encontrar. 

A veces me tientan quienes todavía prefieren estacionarse en tradiciones absurdas, rígidos ritos, cuadrículas inquebrantables, aunque estén tremendamente contaminadas por nuestra historia humana, pobre, limitada y embarrada.


Escribo para quienes buscan, con especial predilección por los que están heridos por la negatividad, la rigidez o la exigencia. 

Tal vez aplastados por la "culpabilidad", por el "temor", por el "perfeccionismo", "voluntarismo" o "idealismo", por el exceso de cruces, negaciones y sacrificios de una educación oscurantista, restrictiva y dominadora.

En suma, por quienes están heridos por una "religión tenebrista" o la han abandonado por pura necesidad de supervivencia. 

Soy un "paralítico" que un día empezó a caminar. Por eso suelo escribir desde experiencias reales. Puedo, además, contar muchos casos de personas que se han hundido, se han alejado o han abandonado, porque les faltaba oxígeno para respirar y las condiciones mínimas de vida para seguir camino. La sicología humana, a la que dediqué muchos años, tiene sus reglas que no se pueden obviar clamando ¡Señor, Señor! 

¡Cuántos religiosos, religiosas y sacerdotes he visto en las consultas de siquiatras y sicólogos! Durante el tiempo de mi "parálisis" no me lo podía explicar. Ahora sé que existe una falsa "religión que aplasta" en vez de contagiar vida. 

Ahora sé que muchos "profesionales de la religión" se han convertido en implacables jueces, en vez de buenos samaritanos. Ahora sé que conviven en nuestra Iglesia los dos estilos de religión: la que encarcela y la que libera. 

Después de mucho buscar por el laberinto he llegado a la certeza de que "Dios es Vida, Dios es Amor". Por eso en mis escritos suelo gritar contra esas incoherencias que matan.

Por eso me repito como un burro de noria y me rebelo contra la embarrada tradición de piedad dolorista, sanguinolenta y torturadora. ¡Qué malísimamente mal hemos entendido el sentido de la cruz! 

En el lugar del laberinto que ahora recorro he descubierto que el culmen del mensaje de Jesús no fue su pasión y muerte.

Todo eso no fue más que la horrorosa respuesta que el hombre dio al mensajero divino. La misma respuesta que seguimos dando a muchas personas que nos advierten de nuestros errores. Y he visto que no existe el cacareado "perdón de los pecados" como causa o efecto de su crucificada expiación (doctrina judía). El hermano Pablo y sus compañeros no eran "infalibles", ni eran la boca de Dios. Eran humanos como nosotros.

El cenit del mensaje evangélico es la revelación del Dios de la Vida, del Dios que nos busca apasionadamente por amor, NO para pedirnos expiaciones y cruces, sino para que vivamos como "verdaderos seres humanos". Por eso se hizo humano, para hacerse entender hablando nuestro lenguaje. Para que no dejemos de caminar, cualquiera sea nuestra situación en el laberinto de la vida, empujados por ese "dinamismo de crecimiento" que todos llevamos dentro. 

Mis meditaciones no han sido escritas con sabiduría alguna, por la sencilla razón de que no poseo el sobrevalorado aval de los títulos eclesiales. Pero Sí han sido escritas desde la experiencia propia y ajena, destiladas en una vivencia personal profunda, lo más profunda que me ha sido posible alcanzar. 

Desde ahí puedo afirmar que la Sicología y la Sicopedagogía son herramientas básicas para cultivar nuestros talentos, para descubrir quienes somos. En ellas deberían formarse nuestros Curas.

Ellas nos capacitan para buscar desde el conocimiento de nuestra "naturaleza humana". Ellas nos ayudan a arar nuestra "tierra" para que el grano germine, madure y fructifique. Mal vamos a crecer como seres humanos si no conocemos el "manual de instrucciones" de nuestra naturaleza. 

Son, por tanto, verdaderas herramientas evangélicas. Es imprescindible utilizar los medios que nos han sido dados por los "avances de los tiempos" o "signos de los tiempos" (Lc 12,56) como los llamó Jesús.

Si tú has descubierto -por ejemplo- que tras el "negarse a sí mismo" (Mt 16,24) late la imprescindible sensatez para "vivir en orden", te felicito. Otros no han tenido tanta suerte y sobreviven con el exceso de negatividad y temor con que les educaron. Yo prefiero centrarme -no siempre fue así- en la auténtica religión: "humanizadora, positiva, luminosa, alegre y liberadora". 

Este cambio interior aporta luz y optimismo. Por ejemplo: Juan de la Cruz en la "Subida al Monte Carmelo" escribe: "Por aquí nada, nada, nada". Pero yo leo: "Por aquí Todo, Todo, Todo". ¿Quién podrá contradecirme, quién podrá afirmar que, cuando Él lo llena todo, exista la nada? 

Lo que ocurre es que el "todo" y la "nada" están muy cerca, son las dos caras de la misma moneda. Para poder descubrir el Todo que no se ve, que no se palpa, hay que bajar a la profundidad del alma, donde lo material es solo supervivencia. 

Pero allí en el "salón oscuro", que decía Tagore, es donde te puedes encontrar con el Todo y sentirlo, palparlo, abrazarlo... No con las manos sino con ese "ser" humano que ya nació abrazado por un Dios invisible, pero vivificador de todas sus criaturas. 

Por eso el "negarse a sí mismo" no es matarse, ni buscar sacrificios, ni ayunar, ni anularse. Es descender, sumergirse en el "dinamismo de vida" (la fuerza germinadora) que todos llevamos dentro. 

Es consentir "desde dentro" que el corazón palpite, se desarrolle, viva y se inunde del amor y la alegría que le insertaron al nacer. 

Nos equivocamos -por ejemplo- cuando seguimos aferrados a las jornadas de "oración y ayuno". No hay que pedir a Dios que cambie, sino cambiar nosotros. No hay que ofrecer ayunos para convencer a Dios, eso es una blasfemia, Él no se alimenta de ayunos y sufrimientos (doctrina judía, otra vez). 

A estas alturas de la historia, acudir a Dios para que nos saque las castañas del fuego es un terrible error, mantenido por los "guías" que oscurecen en vez de iluminar. Olvidamos la revelación inicial: Que la "administración del mundo" se nos ha confiado a nosotros (Gen 1,28). Por supuesto, con todas las luces y fuerza que ha insuflado en nuestra naturaleza humana quien la creó, la habita y la dinamiza.

Finalmente, el motor de la búsqueda, además de la actualizada "revelación del Evangelio", es la "oración de impregnación", la perforadora del subsuelo humano, la que consigue alcanzar los tesoros de luz y fuerza con que nos crearon. 

Por cierto, la más olvidada en nuestra Iglesia que, en vez de enseñarnos a "reconocer y utilizar nuestros recursos", se empeña en que los pidamos repetitiva e inútilmente. 

Insisten en que pidamos al Sol que salga por la mañana y nos ilumine o que el agua nos moje o que los árboles den su fruto, etc. Es decir, nos han metido en una "espiral de peticiones" para urgir a Dios que sea Dios. ¡Absurdo, totalmente absurdo! 

Y a eso lo llaman "fe". Mas cuando salimos de esa falsa "fe clerical" nos damos cuenta que la verdadera fe es la "adhesión a esos tesoros que llevamos dentro" (paz, bondad, solidaridad, amor…) que Jesús llamó "reino de Dios" enseñándonos a cultivarlo. 

Y, si pensamos un poco más, nos damos cuenta que eso que el Nazareno nos enseñó no es más que el cultivo de la "imagen y semejanza" con que fuimos creados y que nuestra brutalidad ha ido enterrando y olvidando. 

Así de simple, así de claro, así de verdad. Es lo que veo y es lo que escribo, aunque algunos sientan que hiero su ideología o su momento. No tengo más remedio. ¡Qué sería de mí si no repartiese lo que el Dios Amor me ha regalado!

 

¡Bendita la hora en que oí a Teresa de Jesús hablarme de la "determinada determinación" de hacer oración personal todos los días!

Desde entonces vivo amarrado a mi perforadora para que nadie me prive de tan preciosa herramienta. 

Por fuera somos polvo y al polvo volveremos. Pero en el interior esperan luces y tesoros, inimaginables para quien no bajó, no buscó y por tanto no encontró.



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2 comentarios:

vallas74 dijo...

Carissimo! Gracias por compartir tu vivencia! El reunir los descubrimientos personales de quienes, a favor de la evolución, vamos descubriendo, con nuestras limitaciones, el camino que lleva a que la Humanidad llegue a identificarse con el Creador que nos habita, es hermosa tarea de la que tú participas y a la que nos invitas.

Antonio Manuel dijo...

..."El hermano Pablo y sus compañeros no eran "infalibles", ni eran la boca de Dios. Eran humanos como nosotros. ..."
Esta frase también viene a decir que Cristo no dijo lo que dijo porque los Apóstoles no hablaban, ni escribían, por la boca del Espíritu Santo. El contenido del Evangelio (los cuatro libros, los Hechos y las cartas...) fue el "error mayúsculo" de Pablo y demás. Y para decirnos esto...
Todo un contenido de juicios de valor sobre La Iglesia, el Evangelio, el Antiguo Testamento... formando la caricatura con palabras como: Tenebrista, que aplasta, jueces implacables, prepotencia, ritos y tradiciones absurdas, incoherencias que matan...
¿Y esto es para aleccionar...?

Si tú no resucitas, vana es la Resurrección de Jesús

  Las escandalosas incoherencias del "clericalismo católico" hunden la Iglesia   Este Domingo de Resurrección todo son felicita...