martes, 1 de septiembre de 2020

El Dios que me habita y me habla - Temor


5. El santo temor


Voy a subir el último peldaño de esta meditación. Otra falsa imaginación sobre el verdadero rostro del Creador se colgó del tradicional "santo temor de Dios", que de santo tiene muy poco. Vamos a reflexionar un poquito sobre ello.

El temor es un elemento de nuestro sistema de defensa. Sin él nos estrellaríamos constantemente contra cualquier peligro. No hay más que observar a los niños. Ellos no temen hasta que desarrollan la conciencia de peligro o les contagiamos nuestros fantasmas.

Al hacerse conscientes de los "peligros de la vida", aprenderán a no meter la mano en la hura del alacrán (a mí me picó uno y no se lo deseo a nadie), a evitar los calambrazos, a no acercarse a un precipicio y a vigilar la mochila en el autobús. Son solo pequeños ejemplos. Muchos, muchísimos peligros nos acechan y es muy bueno tener temor para protegernos y espabilar nuestro cuidado.


El temor, por tanto, es bueno. Es una alarma natural, el piloto rojo que se enciende ante peligros conocidos o desconocidos.

Claro que, en ese afán por proteger a nuestros niños, nos inventamos"hombres del saco", "saca sangres" o "demonios" que frenen la imprudencia o el libertinaje.

Y eso mismo han hecho los guías religiosos con el "temor a dios" y sus invenciones, como el destierro, los castigos, el infierno, los invisibles diablos y sus siniestras tentaciones.

Nos equivocamos, porque inducimos un "miedo patológico" (exagerado e irreal), que merma energía y frena la capacidad de pensar y avanzar. Lo acertado sería ayudar a formar una "conciencia recta" sobre bases reales y racionales.

El mayor error que hemos podido cometer es involucrar al mismísimo Dios en esta patología del miedo. Le hemos convertido en "el mayor ogro", "el mayor peligro", a fin de frenar nuestros barbarismos y exageradas ansias de libertad. Es verdad que ahora se repite mucho "Dios te ama". Pero instalados en una "incoherencia insoportable" la liturgia oficial nos martillea  con el "dios de la ira y los castigos".

En vez de estimular nuestras capacidades humanas (reflexión, prudencia, solidaridad, equilibrio, etc.) nos han creado "un monstruo" que nos desterró, que crucificó a su hijo para poder perdonarnos, que nos apalea airado (o nos apaleará después) cuando somos malos, que nos prueba con enfermedades o desgracias, etc.

Y todo eso nos lo "demuestran" con un centón de escrituras milenarias con "letras incontestables", que han "deificado", y con las que nos han construido una "gran jaula" de la que no podemos salirnos.

Los "profesionales de la religión" han justificado tal fantasma defendiendo que Dios es justo y, por tanto, ha de masacrar indefectiblemente al libertario injusto. En vez de explicar racionalmente que "toda acción tiene sus consecuencias y el mal siempre acarrea males".

La sabiduría popular lo abrevia: "El que siembra vientos recoge tempestades". Si me tiro por el barranco -por ejemplo- me romperé enterito sin intervención alguna del "dios castigador". El castigo nos lo imponemos nosotros mismos (nos auto castigamos) con nuestras decisiones erradas.

Es un terrible engaño colgarle a Dios el castigo. "El que se vuelve ciego, por empeñarse en vivir en la oscuridad, jamás podrá decir que la causa de su ceguera fue la luz".

A esto hemos llegado por un proceso histórico sobre el que debemos avanzar. El "dios aterrador" surge en el AT. Es fácilmente explicable porque, en una sociedad teocrática y primitiva, el freno eficaz estaba en "el dios de la ira, de la venganza o del castigo" con actuación instantánea. Los dirigentes judíos supieron explotar y politizar el miedo como freno al "corazón de piedra" de un pueblo semibárbaro. Posiblemente no tuvieron otro remedio.

Lo utilizaron igualmente para impulsar la obediencia ciega y el coraje conquistador. Si las órdenes procedían del "dios de los ejércitos", sin duda la motivación sería suprema. Sobre todo si al incumplimiento se asociaba el castigo divino. La aberración de la "ley del exterminio" -por ejemplo- no hubiera sido posible sin tales condicionamientos.

Los dirigentes judíos convirtieron "lo útil o políticamente correcto" en voluntad expresa de Dios. Es decir, utilizaron a Dios. No sé si consciente o inconscientemente como consecuencia de su teocracia, pero sin duda lo utilizaron.

El NT rompe con los "falsos dioses" y Cristo nos revela el verdadero rostro del Padre. Denuncia sin tapujos las prepotencias, tergiversaciones y errores de la jerarquía judía.

Pero me temo que nuestras autoridades religiosas han seguido utilizando -más o menos según épocas- el "miedo al monstruo", por su inmersión en la inercia del pasado y más celosas de hacerse obedecer que de descubrirnos el verdadero rostro del Abba.

Es comprensible, porque el rostro de Dios es difícil de escrutar y el miedo es una herramienta eficaz para reconducir conductas. Lo hemos hecho también las familias asustando a nuestros hijos con "el coco" y "el castigo de dios" para hacernos obedecer.

Lo comprendo pero no lo comparto. No se puede imponer la religión y mucho menos bajo amenaza. La religión (de "religare" = unir) mana espontáneamente en el fondo del ser humano, aunque algunos obstruyan ese pozo. Sólo cabe buscar dentro para descubrir al único y verdadero Dios. De ahí nacerá la adhesión-unión (religión) y el estilo de vida (moral).

Mal van a apoyar esa búsqueda quienes absolutizan los libros y las opiniones de otros, sin buscar dentro de sí. Se parecen a aquel huertano que, fascinado por el precioso manantial encontrado por su vecino, le pidió unas botellas del preciado líquido para plantarlas en su huerta.

Es imprescindible -cierto- contar con instrumentos y personas que nos ayuden e iluminen. Pero el trabajo de búsqueda ha de ser personal para llegar al íntimo encuentro.

El error de "utilizar a Dios" para mover conductas se volverá contra los mismos que lo practican. Se verán desenmascarados y abandonados. Si además se ha cultivado el "miedo reverencial" a la casta sacerdotal (especialmente a sus líderes) para forzar respeto y obediencia, la reacción contraria de liberación será todavía más fuerte. Esto es, en parte, lo que hoy ocurre.

La adhesión a los religiosos se produce espontáneamente cuando su testimonio resplandece por encima de sus consignas, cuando se constata que realmente siguen el Evangelio: "y todos vosotros sois hermanos" (Mt 23,8). Los cristianos de hoy tenemos un hambre infinita de ejemplos, de guías coherentes, de líderes convencidos de que "hacer es la mejor forma de decir".


No es verdadera la "religión del miedo", ni existe un "dios colérico" que nos acosa cuando desoímos a los clérigos, ni siquiera cuando nos portamos objetivamente mal. Las consecuencias negativas de nuestra mala conducta nos llegarán sin duda, pero no por la mano de Dios.

Estoy convencido que el Espíritu está sembrando hoy en nuestro Pueblo un ansia inmensa del Dios verdadero, del Dios Amor, que "sufre" cuando nos hacemos daño o se lo hacemos a otro, cuando olvidamos nuestra condición humana y nos arrastramos como gusanos. Pero que respeta nuestra libertad porque es un don que Él nos regaló y no nos quitará. Aunque le duela el dolor que nos traerá nuestra decisión de alejarnos de Él, como el "hijo pródigo".

¿Entonces el temor a Dios es malo? El descrito hasta ahora sí, porque parte de falsedades. Dios nunca es un peligro ante el que haya que alertar nuestro sistema de defensa. Todo lo contrario: Dios es nuestra defensa, que actúa normalmente tras las luces de nuestra inteligencia, tras la fuerza de nuestra voluntad y tras el discernimiento de nuestra libertad.

Hay dos clases de temor: el "temor al mal" (peligro, desgracia, castigo) y el "temor a perder un bien". El primero es blasfemia aplicárselo a Dios. El segundo es el "santo temor de Dios". Un cristiano, con un mínimo de vida interior, ha debido descubrir y experimentar que el camino de Dios es el camino de su humanidad. El "santo temor" es el dolor ante la sola posibilidad de alejarse de la vida, de equivocar el camino (aunque sea inconscientemente), de no acertar en el correcto uso de tus dones.

Es tremendamente chocante que tengamos que aprender tantos manuales de uso (ordenador, lavadora, móvil, y un larguísimo etc.) mientras descuidamos totalmente nuestro "manual de uso como personas". ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis piezas esenciales y mis funcionamientos correctos? ¿Cuál es mi misión en la vida?...

Con toda seguridad el "santo temor" nos llevará a profundizar en nosotros mismos para aprender a "manejarnos", para caminar el camino de la plenitud humana, que es el trampolín para saltar a los brazos del Padre.

Una enamorada nunca tendrá temor de su enamorado. Su felicidad es estar con el amado. Lo que teme la enamorada es vivir alejada de su amado. Pienso, por ejemplo, en los novios o esposos que viven a distancia por razón de su trabajo.

Desde hace muchos años repito esta jaculatoria: "Que lo haga bien, Señor, que lo haga bien". Cuanta más oscuridad, duda, fragilidad o tristeza han asaltado mi vida, más ha arreciado esa oración. Bajo ella late un "tremendo temor" de hacer daño, aún sin querer, de no saber comprender, de no saber soportar, de no hacer felices a los otros, en especial a "los míos".

Mi miedo es no discernir y no elegir bien, causando daño propio o ajeno. Sé que la vida es una hilatura que se va tejiendo con cada decisión, con cada paso, con cada acto. Sé que mi libertad es un bólido de mil caballos de potencia. Es un gran regalo, una máquina preciosa. Pero dependerá de cómo la conduzca para que me lleve a la deseada felicidad o al macabro accidente. Por eso temo, claro que temo, equivocarme de carretera, distraerme al volante. Lo que me fue dado para llevarme a la plenitud y al gozo, temo emplearlo para mi desgracia.

Por eso bendigo el "santo temor" que me pone en camino de ser verdaderamente humano
. Esto es válido incluso para los no creyentes. Para los cristianos conseguir ser plenamente humanos es justamente la voluntad de Dios y el camino de la felicidad terrena y divina.

Cuando rezamos "no permitas que me aparte de Ti", estamos aspirando justamente a ser humanos y alejarnos de todo lo que nos pueda hacer daño.

Jamás estaremos amenazados o amedrentados por un "dios controlador", sino acompañados, fortalecidos e inspirados por un Padre que nos habita y nos habla.



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3 comentarios:

vallas74 dijo...

Carissimo!! De acuerdo con tu pensamiento! Creo que el AT es fruto de la reflexión de una comunidad inquieta por conocer su origen, su destino y las actitudes individuales y colectivas que ayudarían a llegar a ese destino...
Reflexión apropiada para un tiempo y lugar que "se grabó en piedra" para que fuera inmutable y se atribuyó al Origen para que fuera indiscutible...
Es una pena no estar haciendo ahora un esfuerzo equivalente...

Antonio Manuel dijo...

En cada época de la historia humana, la Iglesia era la suma de los esquemas y valores de la sociedad. Premio y castigo tuvieron siempre un alcance parejo a como se entendía en la relación humana. La Iglesia lo modelaba al entender del momento, del lugar, de la cultura, etc. El bien y el mal son los polos de la libertad humana.
Las sociedades actuales, en su diversidad, observan la religión con distintos niveles de valor en consonancia con el entendimiento, cultura y reflexión que de manera distinta se da en cada ser humano singular.
Desde que tengo memoria y relación como cristiano católico,y hace ya muchos años, nunca he escuchado, en homilías, conferencias, mensajes, etc. de la Iglesia, "amenazas" de castigo por Dios sino que el propio ser humano, en su libertad, puede escoger apartarse de Dios a pesar de la llamada amorosa que en todo momento Dios le otorga.
Ya en este artículo, se aclara de manera diáfana el porqué de lo "chocante" de algunos pasajes bíblicos que ponen a Dios como "caudillo justiciero". Pero la propia Iglesia, en las introducciones de cada libro o pasaje escrito en la Biblia del AT, aclara y especifica el sentido profundo y final del camino hacia la encarnación de Dios en Jesús para darse a conocer en plenitud a la humanidad.

Antonio Llaguno dijo...

Pues yo si los he escuchado Antonio Manuel.
Y no una sino muchas veces. Y amenazar con el fuego del infierno y las "torturas" de los demonios en el mismo.
Es cierto que ahora cuando lo escucho (que todavía hay, puedes leer la web "Adelante la Fe" y verás hasta qué punto) simplemente me da risa y compasión; pero cuando era niño asustaba.
Es una de las cosas peor enseñadas de nuestra catequesis.
Y así nos va.

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