martes, 4 de agosto de 2020

El Dios que me habita y me habla - Justicia


4. ¿Y la Justicia?



Vengo defendiendo en esta larga meditación que no existen castigos divinos, ni infiernos sin fin. Ha habido lectores -teólogos algunos- que me han recordado que "Dios es infinitamente bueno, pero también infinitamente justo".

Sí, yo también lo aprendí cuando era chico. Y recuerdo que mi imaginación infantil desarrolló la figura de un "gran sheriff" de cara afable con unas magníficas pistolas de plata. Al que se salía de cauce ¡disparo certero! y… al hospital o al cementerio, según el pecado fuera venial o mortal. Era una imagen perfectamente acorde con el catecismo: "premiador de buenos y castigador de malos".

Después he buscado sinceramente al Creador y se han ido difuminando sus cartucheras. Aunque nada debía temer puesto que yo era un tipo ordenado y responsable, me acercaba a Él con precaución y nunca, nunca me atreví a mirarle a la cara por si me encontraba con el "infinitamente justo" y "castigador de malos".

Hasta que el trato frecuente y la familiaridad me envalentonaron. Un día me atreví a mirarle a los ojos -"que tengo en mis entrañas dibujados"[1] y sólo vi: ¡Te quiero! Me eché a llorar como un niño y la tensión de mis prevenciones se diluyó en lágrimas. Parecida historia encontré en un libro de cuentos [2] que me hizo volver a llorar. Desde entonces no creo en la justicia de Dios. ¡Se le cayeron las cartucheras!

Además, a uno le gustan las "lecturas provocativas" y encuentra historias como éstas:

- Una adúltera -no arrepentida y aterrada por la inminente pedrea- oye esta sentencia: "el que esté sin pecado que tire la primera piedra... tampoco yo te condeno, vete y no peques más" (Jn 8,7). ¿Qué clase de justicia es ésa? ¡Y encima desafiando la Ley!
- Un estafador, pequeño y mal encarado, escucha: "Hoy tengo que hospedarme en tu casa" (Lc 19,5). ¡Pero, hombre, si a este tipo había que cortarle las manos como mínimo! ¿Cómo se puede confraternizar con los injustos?
- Un "hijo fiel" espera justicia y se encuentra con agasajos al "hermano sinvergüenza y rebelde" (Lc 15,11). ¿Dónde queda la justicia, la retribución del delito?
- Sigo leyendo y me encuentro con un recetario de injusticias: "Al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra" (Mt 5,39), "Amad a vuestros enemigos" (Mt 5,44), "Él es bueno con los desagradecidos y con los malvados" (Lc 6,35), "No cortéis la cizaña" (Mt 13,28). Y así una tras otra. ¿Dónde está la justicia infinita? ¿Quién nos vengará de los opresores?
- Llego al final de mis lecturas y ya es el colmo. Unos torturadores y asesinos escuchan de su propia víctima inocente esta durísima sentencia: "¡Padre perdónalos porque no saben lo que hacen!" (Lc 23,34). ¿Dónde está el castigador de malos?

¡No, Dios no es justo! No con la "justicia punitiva" y humana que le colgamos. Sólo le es aplicable la justicia sinónimo de "bondad" y "buen gobierno", tan frecuente en los textos bíblicos.

Cuanto más buscas al Justo, más te topas con el Amor. ¡Definitivamente NO! ¡Dios no castiga, no tiene un lado amable y otro colérico! Somos nosotros los que, al separarnos del amor, nos vamos hundiendo en las "tinieblas exteriores" (Mt 22,13).

Lo mismo que, cuando nos alejamos del sol, nos morimos de frío. No es que un sol justiciero nos castigue con la congelación -qué absurdo- somos nosotros los que elegimos alejarnos de nuestro hábitat, de la atmósfera ordenada y limpia del universo, del amor.

¡Qué perversa miopía atribuir las consecuencias de nuestro alejamiento a quien nos ama, nos atrae y nos busca apasionadamente!

Olvidamos con necia frecuencia el principio básico de la libertad: "A tal decisión, tal consecuencia; a tal camino, tal destino". Si todas las opciones llevasen a un mismo punto, la libertad sería un camelo. Los distintos actos tienen consecuencias distintas. No existen actos neutros. O avanzamos hacia el amor (felicidad) o hacia el dolor.

¿Cuándo nos convenceremos que estamos hechos de amor y para el amor? Nacemos libres porque somos hijos de la Libertad absoluta. Es un privilegio, nunca una prueba o una trampa. Por eso nacemos con la brújula incorporada. Nuestra libertad está muy bien arropada por la inteligencia, la energía y el amor. Es un tremendo disparate tirar la brújula.

Cuando despreciamos el amor -don divino por excelencia-, sufrimos o hacemos sufrir. Entonces nos hundimos en la injusticia (consecuencia del desamor). Es como si lanzásemos piedras en nuestra vertical, antes o después nos caerán encima. A veces las consecuencias tardan en llegar. Eso puede convertirnos en vividores imprudentes, incluso en alimañas inhumanas.


La justicia es la fuerza gravitatoria que nos mantiene unidos al Amor. Nuestra libertad puede desafiar esa fuerza y separarse. Cuanto más lejos y más tiempo permanezcamos en el vuelo errático, más dolorosa y difícil será la vuelta a la órbita.

Pero, sea en esta vida o en la otra, con más o menos esfuerzo según el grado de ruptura, todos volveremos al centro de gravedad de la creación, al cenit de la humanidad, al punto omega, al Amor Creador.

No existe un Dios colérico, ni vengador, ni castigador. Ni, por supuesto, un sheriff vigilante. Ésas son figuraciones antropomórficas y metafóricas de unas u otras épocas. Somos nosotros los que bajamos a la cólera, la venganza, la desgracia o el suicidio moral.

Sólo existe un Dios Amor que nos llama con total gratuidad e infinita dulzura. Podemos oír su llamada o fugarnos tras las baratijas.

Cuando -consciente o inconscientemente- nos fugamos, sufrimos las consecuencias. Es la historia del hijo pródigo. Lo dice la sabiduría popular: "en el pecado está la penitencia". Pecado es todo desprecio del amor. La penitencia es la justicia, siempre incorporada al desamor como consecuencia.

Unos la sufren en esta vida. Otros la sufrirán en la otra cuando, despojados de la opacidad de la carne, vean que Dios es amor, nada más que amor. Sufrirán mucho al verse lejos de ese Dios (las "tinieblas exteriores" del evangelio).

La justicia es el resultado de acercarse o alejarse del Amor. Así de simple.




[1] Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, v. 55.
[2] Anthony de Mello, "La mirada de Jesús" en El canto del pájaro, Pág. 148.


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P.D. Algún lector me pide que incluya lo que he escrito en el correo electrónico. Aquí está:

La Justicia de Dios es de lo peor entendido en nuestra Religión. En realidad entendemos Justicia = Venganza. Y nos alejamos del Evangelio y del mismísimo Dios.

Hay "venganzas disfrazadas de piedad". Por ejemplo, leo la noticia de que han quemado un cristo de madera en la catedral de Managua y la "reacción habitual" de la jerarquía: <<La Iglesia nicaragüense llama a rogativas y silencio como acto de desagravio ante "acción demoníaca">>.

¿De verdad hay que "desagraviar" a Dios? ¿O somos nosotros los impulsados a responder al agravio? ¿Pero se puede agraviar y ofender a Dios? Algunos creen en un "dios pequeñito y vulnerable", muy lejos del Abba de Jesús.

Perdonadme, pero a mí me parece que no sabemos "poner la otra mejilla", ni sabemos lo que significa "hacer salir el sol sobre buenos y malos".

Y me sigo preguntando: ¿Desagraviamos a "los cristos de carne y hueso", a todas las víctimas de nuestro mundo? De esos NO hay que preocuparse, pero SÍ de una talla de madera, porque somos muy piadosos y "acaparadores de lo nuestro"...

¿Quemar un cristo de madera es "acción demoníaca"? ¿Pero clavar al Cristo de carne y hueso en una cruz es la "voluntad del Padre", como seguimos repitiendo?

Por otro lado: ¿"Acción de un demonio"? ¿Cómo lo sabes?  ¿Por qué juzgas? ¿No será un desequilibrado, un abandonado e incluso maltratado por la Iglesia, un desesperado que está pidiendo auxilio? No recuerdo que el Cristo de carne y hueso llamara "demonios" a los sayones que le clavaban en la cruz... Pero le oí decir: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen"...

¡Qué lejos estamos de ser cristianos! Eso de los "desagravios, reparaciones y satisfacciones a Dios" por ataques a nuestros monumentos o imágenes me parecen una forma sutil de "vendetta" y ataque velado a quien nos molesta.

¡Qué lejos estamos del "yo tampoco te condeno, vete y no peques más"! Lo nuestro es sacar las "piedras" para destruir al pecador, aunque sean "piedras de falsa piedad", porque ahora no se permite quemar a nadie en la hoguera... Si no...

Bueno perdonadme, es que me habéis pillado calentito... "Guías ciegos"... ¡Claro que hay que defender nuestros bienes! Pero el mayor bien es el "hermano", también el pecador... A ese hay que desagraviar y ayudar.

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6 comentarios:

vallas74 dijo...

Carissimo!! Sigo coincidiendo contigo... Me pareció un desatino ese desagravio a Dios que pudo haberse sentido "tocado" por el atentado a la cruz y ni se entera de los desprecios de la Jerarquía a grupos de fieles que tratan de vivir el Evangelio...

regue dijo...

¡Bravo! Para mí también perdió las cartucheras hace tiempo y se me abrió el corazón a su amor, (ojala se me abra más), que disfruto y anuncio. Me gusta mucho el repaso que das a las parábolas y encuentros del evangelio, solo con eso basta para entenderlo. Pero muchos en la Iglesia viven con las "antiojeras" clericales y no se dan desprendido de ellas, vamos a ver si poco a poco y con nuestra ayuda lo consiguen. Un abrazo. hermano

Antonio Manuel dijo...

Dios es Amor.
¿Qué sucede con mi amor hacia los demás?
Jesús nos dice que seremos "juzgados" por nuestro amor hacia los demás. Apelamos al Amor de Dios, pero será mejor apelar a nuestro amor en relación con mis semejantes para valorar de verdad el "Amor hasta el extremo".

Antonio Llaguno dijo...

Pues está en un sitio muy claro, Antonio Manuel.
Hace años conocí a un laico congoleño que había "dilapidado" (según sus familiares) la fortuna de su padre en crear centros de acogida de niños de la guerra y me decía: "Desengáñate Antonio, el amor no existe. Solo existen las pruebas de amor". Ya lo decía D. Bosco: "No basta amar. Deben saber que les amas"
Y ¿Cuál es la mayor prueba del amor a Dios? El amor al prójimo, que significa próximo.
Va unido irremediablemente. No se puede amar a Dios más que a través del prójimo y cada vez que amas a tu prójimo, cada prueba de amor a tu prójimo, es un acto de amor a Dios.
No se pueden separar.
Amar a Dios "en abstracto" es estúpido e inútil. Solo mediante actos de amor al prójimo podemos afirmar que amamos a Dios,

Antonio Manuel dijo...

Creo que ya sé en qué sitio está; y así lo digo en mi comentario.

Anónimo dijo...

La Justicia en la Iglesia Católica es una justicia de varones-sacerdotes. Es decir, injusticia total. Las mujeres explotadas, mano de obra gratuita, no son consideradas personas de hecho y derecho. El Vaticano es una Ciudad-Estado donde sólo los hombres se pueden empadronar, ni una sola mujer lo puede hacer. El Vaticano, un Estado Europeo que no ha ratificado los Derechos Fundamentales. Habla de amor y ni tan siquiera es capaz de respetar la dignidad de las mujeres. Una hipocresía total. No sé como lo consentimos los Cristianos. Una no se siente representada por ningún Obispo que van contra los interese de las mujeres, nos insultan y difaman, que se autoproclaman entre ellos. Tengo otro sentido de la Justicia. Un brazo.

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